Tal vez quedan en mi memoria grandes enseñanzas aprendidas de Mariano Ospina Hernández en estos últimos años: la primera de estas es la frase “No somos mercaderes de ilusiones sino empresarios de realidades” de Mariano Ospina Pérez, que siempre acompañó sus escritos como el quehacer ético de la política y en consonancia con ella, su obsesión porque el eje principal de cualquier acción o programa de gobierno fuera combatir la pobreza.
Junto a esta constante preocupación, por supuesto, estaba la organización mental de un ingeniero que entendía cómo verdaderas obras de infraestructura permitirían mejorar la competitividad. En medio de una biblioteca perfectamente organizada, sacaba a relucir libros o documentos, basados más en los argumentos que en una ideología, que alimentaban además el querer aprovechar al máximo nuestra biodiversidad y en especial los ríos, donde no se cansaba de afirmar que teníamos cerca de cuarenta mil kilómetros navegables con potencial para desarrollar el transporte fluvial.
En su escrito “De la pobreza a la verdadera riqueza”, define la pobreza sencillamente como la “carencia de riqueza” y precisa varios tipos de pobreza, que se acercan o complementan con los de algunos nobel de economía recientes, en el sentido que trascienden y sobrepasan la manera de ver la pobreza simplemente como la falta de ingresos, hoy llamada en Colombia pobreza monetaria.
Para él, con base en parte a los estudios del profesor norteamericano Jeffrey D. Sachs, deben distinguirse tres tipos de pobreza: la material, que es la carencia de elementos materiales para la vida del ser humano tales como alimentos, vestido, techo, salud física y de ingreso económico. La pobreza intelectual, entendida como la carencia de “valores” intelectuales como los conocimientos de todo tipo, incluyendo la capacidad para disfrutar de los valores estéticos del arte y la carencia de valores afectivos. Aquí se pueden recordar por ejemplo a Amartya Sen y a Martha Nussbaum cuando tocan la misma línea y hablan de la importancia del desarrollo de capacidades del ser humano para convertir sus derechos en libertades. Es este el principio del índice de la pobreza multidimensional que desarrolla también hoy en Colombia y que tiene que ver con el Indice de Desarrollo Humano de la ONU.
Para Mariano Ospina Hernández, el antídoto principal para la pobreza intelectual es “naturalmente, la educación”.
Y, por último, señala la pobreza moral, que como bien dice, “es, desde luego, un concepto mucho más refinado pues se refiere a la carencia de “valores” no materiales y que representan el más alto nivel de las potencialidades del ser humano…que se obtienen por una educación superior” a lo cual añade “o por un don de inspiración espiritual” que vislumbra su profunda fe cristiana.
Su voto por mí en las pasadas elecciones me enaltece. Tengo la esperanza de contribuir para que la búsqueda de desarrollo no se reduzca a crecimiento económico sino se amplíe hacia un desarrollo integral como él lo promulgaba y que sea ésta una manera de darle las gracias a este gran hombre que deja en alto mi sentimiento conservador.
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