La Universidad de los Andes, que fue su “sueño en una bicicleta” hecho realidad, está celebrando a lo largo de este segundo semestre, 100 años del natalicio de su fundador e inspirador. Definir su carácter como un edificador puede resultar atrevido, pero precisa su más representativa virtud. Condesar en pocas palabras su trayectoria es como querer compilar una vida de un filósofo, matemático y también político, más sobre todo de un incansable hacedor, pensador, académico y por supuesto educador.
Porque referirse a Mario Laserna Pinzón como un edificador viene de su más legítima definición como es aquel que edifica o construye y en este caso como quien incita a la virtud.
Cuentan en los recientes conversatorios y sus coequiperos, en un documental del Consejo Estudiantil Uniandino de hace nueve años, cómo bajo las más improvisadas conversaciones, incluso con quienes acababa de conocer, o con grandes personajes a quienes se les acercaba sin timidez alguna -como el caso más conocido de Albert Einstein- entabló pláticas de altura sobre diversos temas o para edificar al amigo, conocido o estudiante.
Entre las imágenes de la celebración de su natalicio en la Universidad se expone una figura en cartón de una fotografía de época, donde más allá de hacerse pasar al lado de los grandes intelectuales del momento, se resalta la frase que sintetiza su marcada visión de futuro: “El hombre de hoy debe, nutriéndose del pasado y considerándolo como parte de su historia, golpear con serena voluntad, con fe vigorosa y realista, las puertas del futuro. Así llegará a ser parte de la historia”.
Una visión que no niega la historia, como hoy se pretende, sino que se trata de aprender de ella. Por esto, la base de su construcción educativa no podía ser independiente a una estructura humanista sin separar la ciencia y la tecnología de la misma historia, de unos valores y de una gran inquietud por sembrar en el colombiano una formación sentada más en la capacidad de análisis y en la investigación que en la memorización de conceptos.
Así mismo, como lo describe recientemente, su tocayo y premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, en el discurso de la inauguración de la V Bienal de Novela de la Cátedra que lleva su nombre, entre comillas: Más allá de América Latina, no sólo los autoritarismos y guerras imperialistas amenazan la libertad y la cultura. También la deformación académica que ha dado en llamarse “cultura de la cancelación”, esa especie de dictadura del pensamiento único que impide hoy en la universidad, los medios de comunicación y las redes sociales el libre intercambio de ideas en nombre de la corrección política y el fanatismo identitario. Una dictadura que no sólo ejerce la censura contra el pensamiento y la cultura contemporáneas, sino que pretende abolir el pasado, alterando o prohibiendo libros, cuadros y otras expresiones culturales que forman parte del legado de nuestra civilización desde hace siglos.
Un sentido esencialmente conservador, que no le quita lo revolucionario. Tal como lo señalara en su obra Conservatismo y revolución, escrita en el año 1966. El conservatismo no puede confundirse con reumatismo inmovilista, así decía. Nombrar el cambio, querer el cambio, tiene para él una razón filosófica. El ser conservador no es entonces, “para oponerse al cambio, sino para dirigirlo e integrarlo dentro de la unidad y la identidad nacionales”.
¡Qué mensaje este para el gobierno de Gustavo Petro!, quien viene precisamente del M-19, grupo guerrillero del que Laserna aceptó ser su representante en la Constituyente del 91, con la fe en su desmovilización y fiel a su premisa de cambio integrado a la unidad, dirigido en caminos constructivos, con válvulas de escape y espíritu vigilante, muy propio del talante conservador. Allí invitó a seguir a Talleyrand con el “Todo menos exceso”.
*Presidente Corporación Pensamiento Siglo XXI