MAURICIO BOTERO MONTOYA | El Nuevo Siglo
Lunes, 7 de Julio de 2014

La ofensiva de EE.UU.

 

En esta administración la política de reconciliación en Colombia, recibió un apoyo sin precedentes de Washington. Primero con la visita de Obama a Cartagena, luego nombrando a un subsecretario de Estado como embajador en Bogotá, el más alto rango en nuestra tradición diplomática desde Harrison ante Simón Bolívar. El apoyo en nuestro ingreso al exclusivo club de la OCDE, que sugestivamente tiene su origen en el Plan Marshall el cual tras la II  Guerra reconstruyó a Europa. Y el respaldo a la Alianza del Pacifico seguido de la visita del vicepresidente Biden quien anunció la cesación, humillante y onerosa, de los visados. Es en el mejor sentido una ofensiva de Washington como la que no había sido vista en el pasado. En ella se empieza a reconocer la ley de la oferta y la demanda en asuntos como el narcotráfico, en el cual no es menos responsable el que genera la demanda a quien suple la oferta.

Hay un cambio en la percepción global, estratégica, del mapa geopolítico. En efecto durante la administración Bush, EE.UU. vio cuestionado su proyecto por más de la mitad de la población suramericana en países como Brasil, Argentina, Uruguay, Chile, Ecuador, Venezuela, Bolivia y Paraguay. La respuesta simplista del texano fue asimilarlas al eje del mal, con apoyo en Colombia de otro mayoral quien le otorgó sin permiso del Senado siete bases militares. Pero este concepto de convertir nuestro país en una suerte de Israel enfrentado al resto de sus vecinos tenía riesgos para la estabilidad de la región. Se ha buscado una vía equidistante del capitalismo salvaje de piratería financiera tipo Bush o la aceptación de un proyecto sin futuro, tipo castrista. Esa tercera vía la esbozó ahora Bill Clinton en Cartagena al reconocer la participación de Venezuela y Cuba en los acuerdos de reconciliación con la guerrilla. Si la paz logra firmarse la sinergia resultante en Colombia será la respuesta de vitrina ante las otras vías extremas. Por eso vale la pena defender el principio rector de no intervención. Hemos sido pésimos vecinos  y ese principio nos salvó de agresiones bajo el pretexto, nada descabellado, que nuestros gobiernos eran incapaces de mantener el orden ante paramilitares o guerrillas. Pretender ahora utilizar la OEA y a la Cancillería en plataformas de apoyo a la oposición en Venezuela so capa de salvaguardar a la democracia es un taimado disparate. Y no se compadece con la tradición diplomática colombiana que ha convivido con atroces dictaduras de todo tipo en el continente en el último medio siglo, prefiriendo ese principio a la vía aventurera de la injerencia policiva disfrazada de diplomacia. La que nos abre el flanco a cualquier retaliación. Ya que somos, por si no nos hemos dado cuenta, el único país de América con un conflicto armado interior. Y con la mayor concentración de la riqueza de toda Suramérica.

 En cualquier caso la reunión en Cartagena de los exmandatarios de EE.UU., España, Gran Bretaña, Brasil y Chile, sugiere un porvenir diplomático distinto al de encarar las diferentes opciones de desarrollo  con insultos y a bala. Esto vale destacarse aun si la atención pública está centrada en Brasil en donde Colombia con el toque-toque y sin rudeza futbolística desempeñó un honroso papel.