MAURICIO BOTERO MONTOYA | El Nuevo Siglo
Lunes, 22 de Septiembre de 2014

Manifestación en Nueva York y 9-11

 

En  la Quinta Avenida presencié una gigante manifestación poco después del día del trabajo que allá es el 1 de septiembre. Toda la rama de empleados de la construcción y afines, llenaban más de 30 cuadras de forma pacífica. Los policías regulaban el tránsito para que ellos pudiesen manifestarse por el congestionado Times Square sin molestias ni traumatismos. El trato más que respetuoso parecía informal, de camaradería. Nada más lejano a la idea de usar picanas eléctricas o” pachitas”. Se respiraba cordialidad. Su derecho a manifestarse en unas de las calles más congestionadas del mundo, en defensa del empleo y mejores salarios, se tomaba como algo normal. No fueron tachados por furibismo alguno de terroristas. Sus demandas, excesivas o no, no fueron sancionadas, ni sus dirigentes espiados como ocurrió aquí hace unos meses con las protestas campesinas. No se sentía brecha entre trabajadores y el Estado. El lenguaje corporal de ninguno de las partes era arrogante, ni defensivo. En fin, una democracia.

Poco después el 11 de septiembre, los neoyorquinos conmemorarían la luctuosa fecha con ceremonia oficial. Ese 9-11, como lo llaman por su tendencia sintética de reducir las cosas a número, evoca con terror la destrucción de miles de personas en la espectacular caída de las Torres Gemelas. Ese número casualmente es el mismo que usan para hacer llamadas de auxilio, y si es mera coincidencia es cosa que está por averiguarse. Pero ha dado pie a toda clase de especulaciones de parte de cabalistas y numerólogos.

La aguda conciencia estadunidense de lo que padeció su país en esa fatídica fecha va de la mano con una” disonancia cognitiva”, como la llaman los psicólogos. Olvidan que en otro 9-11 ellos propiciaron el golpe de Estado contra el gobierno democrático de Salvador Allende en Chile. Generaron varias veces el número de víctimas de su propio 9-11. Causaron destrucción innecesaria. Y en aras de combatir el comunismo, impusieron la tiranía de Pinochet. Y “suicidaron” al Presidente legítimo, bajo la inspiración de Kissinger y de Nixon. El hecho de que hoy es impensable que hicieran esto contra la socialista presidenta Bachelet, demuestra lo mucho que ha virado la política exterior de Washington en el último medio siglo. Pero la disonancia cognitiva ha cobrado su precio. Más de la mitad de los países de América se han distanciado del liderazgo antes no cuestionado de Washington. Para ellos el 9-11 mantiene los dos referentes y no solo uno como allá. En cuanto a Colombia, cercano aliado, hay un mejor trato con los viajeros. En curioso contraste con la época de Bush y de Uribe, cuando se pretendió convertir a nuestro país como pica en Flandes contra Venezuela y Ecuador. Una suerte de réplica de Israel enfrentada al Medio Oriente. Ahora sin necesidad de darles servilmente bases militares sin autorización del Senado los norteamericanos nos consideran aliados. Y al parecer su civilizado trato a los protestantes de la Quinta Avenida, ha permeabilizado su política exterior al menos con nosotros. Si bien continúa la lucha que otrora tuvo el Imperio Romano en Persia, lucha que en últimas nunca pudo ganar Roma. Y las memorias de Augusto en ese empeño parecen editoriales del New York Times para quien desee comprobarlo. Y la fricción entre Rusia y Europa se remonta con provecho para el investigador al cisma de Oriente en el Medioevo. Pero en cambio nosotros sí somos novedad. Y esa política es una historia en obra negra.