Mauricio Botero Montoya | El Nuevo Siglo
Lunes, 2 de Febrero de 2015

UN CUESTIONARIO

Las biografías problemáticas

Leer   una buena biografía es una dicha si capta al personaje y a su época. Y lo hace vivir de nuevo con sus ambigüedades y certezas. Hay infinidad sobre Napoleón, por ejemplo, pero este parece estar ausente. Talleyrand curiosamente ha corrido con más suerte. Su fría lucidez y el agudo manejo del francés de su momento permiten retratarlo sin mayores deformaciones. El propio Napoleón sostenía que la fuerza de su canciller era verbal. Napoleón sabía que su diplomático exobispo era venal, aunque siempre en favor de Francia. Y decía de él que era una “merde” en medias de seda. Y sin reparos lo insultaba delante del zar Alejandro cuando este visitaba a Paris. Talleyrand dirigiéndose al Zar disculpaba a Napoleón así: “Majestad su señoría es un monarca culto aunque gobierne al semibárbaro pueblo ruso, pues verá en Francia es al revés”.

 El problema biográfico es evidente cuando el personaje es contemporáneo o es demasiado antiguo. En este último caso el escritor hace un esfuerzo babélico de  situar al lector en un pasado del todo ajeno a la actualidad y hacerle notar las diferencias, algunos sostienen que se trata de una labor casi imposible. Y en la cercanía la visión se nubla como un escrito demasiado cerca del ojo. Pero en todo caso el biógrafo no debería ser en exceso inferior al personaje que intenta retratar. Debería haber podido al menos ser su secretario, según creo. El siglo XX produjo buenas biografías, el actual pocas. Y los populares textos de “quién es quién” los suple Google etc.

 Los hombres públicos del siglo anterior procuraban dejar sus Memorias, y si a los políticos en general no se les exigía mayor veracidad  ni coherencia doctrinal en los vaivenes, se les pedía ese mínimo aporte a la comprensión de la realidad nacional, incluso en un país como Colombia. El silencio de los expresidentes en asuntos claves de su época deja la sospecha de encubrimiento por omisión. Si a eso se añade el secreto de Estado respecto a las actas de las juntas de los ministros, y cierta correspondencia diplomática, la situación se agrava. Por otro lado ya la biografía exige cruzar datos globales que antes se omitían por desconocimiento. Los biógrafos del general De Gaulle, por ejemplo, no suelen entender el movimiento estudiantil de 1968 que sin estar centrado en reivindicaciones económicas lo tumbó. Pero es que carecían de investigaciones claras como las de Thomas Piketty en su Capital que muestra la peligrosa concentración de la riqueza en Francia para esos años previos al estallido. Ya no es posible ignorar esos factores. Y en el escenario global las instituciones se reconocen con más injerencia en el devenir que el  individuo, por valioso que sea y es, una universidad, una fundación, una asociación, una empresa son de hecho decisivas. Las nuevas biografías acerca de los gobernantes se verán entreveradas por  claves de derechos humanos, ingresos de los trabajadores, crecimiento industrial y agrario, índice de concentración gini, tasa de inflación, número de homicidios, respeto a las instituciones, responsabilidad política por quienes han sido heridos o muertos durante su gobierno. Es decir, una suerte de cuestionario sobre lo mínimo, sobre lo fundamental, que es esperable de un gobierno en un país civilizado y no semi bárbaro como la Rusia del Zar o el caudillismo despótico y grosero de Napoleón sometiendo a su nación a una guerra sin fin.