Al continuar mi serie de columnas mensuales con cimeras reflexiones, al haber tenido éxitos científicos al llegar con el explorador “Rover Perseverance” al planeta Marte el 18-02-21, mi mente me ha llevado a centrarme en la cimera realidad del ser humano. He sido llevado por este histórico momento a ocuparme de la inmensa grandiosidad de la creación, y, a la vez, no encontrar un ser creado más importante que el hombre, bien llamado “rey de la creación”.
Se ha tratado de difundir la teoría del comienzo de todo el universo, en el que desde la tierra navegamos los humanos, que habría sido una nebulosa evolucionante que habría iniciado hace 4.540 millones de años. Hay quienes quisieran explicar el origen de esa nebulosa “en el acaso”, en tanto que a lo largo de los siglos otros humanos han sentado la necesidad de un Ser Supremo, Dios de infinito poder, sin principio ni fin, que ha dado origen a este mundo, sacándolo de la nada.
Este máximo Ser, según la fe judeocristiana, profesada por un 40% de los humanos, y admirada por otros tantos, en primera revelación lo define como “el que es” (Ex. 3,14), en una segunda, del confidente Juan, ubicando en El al “Verbo”, su pensamiento, que desde el principio ha estado en El (Jn. 1,1-2), y de Quien, ese mismo receptor de la verdad divina dice que “Es Amor” (I Jn. 4,8). A este mismo Ser, con esas maravillosas realidades, se aplica el principio filosófico de que “el bien es difusivo”, aparece, en esa misma bien fundamentada fe, como Creador del mundo visible, por etapas, llamadas “días”, que inicia con algo que era “confuso y oscuro”, que va dirigiendo, maravillosamente, en extensa creación, con punto culminante en el ser humano, colocándola a su servicio, y con avances que le dé su inteligencia. Ese ser humando es sacado de lo antes creado, al que infunde un espíritu, capaz de pensar, a quien dará, pronto, una compañera (Gen. Cap. I y II).
Allí aparece nuestro “cimero”, ser humano, con esa realidad espiritual que lo hace capaz de pensamiento, y, así, con germen de inmortalidad, no superado en su ser por ninguna otra creatura conocida, dotado de elementos maravillosos como cada uno de sus sentidos. Este ser, a lo largo de milenios ha ido avanzando por la ciencia, en sorprendentes aspectos, según los planes del Creador. No se conoce, en medio de un universo inmenso ningún ser superior a los humanos. Mientras más avanza la ciencia y la inmensidad de lo creado, aparece el hombre con infinitas superioridades a los demás seres creados. Mientras más se conoce la grandiosidad del mundo creado, más alta aparece la grandeza del ser humano, a cuyo servicio la ha puesto el Creador, con llamado a echarla adelante (Gen. 1,27-3). Este ser, dotado de inteligencia y voluntad reclama un componente espiritual, por lo que dice la Biblia, que “lo creo Dios a su imagen y semejanza” (Gen. 1,27).
Maravillosa reflexión del Papa Benedicto XVI, en unos libros, cuando, después de hablar de la obra creadora de Dios, de cinco días de labor, señala, en el sexto día la creación del hombre, y, después de creado ese ser maravilloso, se siente satisfecho con derecho a descanso, en el séptimo día, mostrando este ser en cima inigualable en lo creado.
* Obispo Emérito de Garzón