La entrevista que Gustavo Petro concedió el otro día a la revista Semana es suficientemente reveladora.
Primero, Petro se siente presidente y sabe que, más allá de subjetividades, ahora cuenta no solo con mediciones empíricas del clima de opinión que respaldan su expectativa, sino también con una derecha resquebrajada y frustrada.
Segundo, él está siguiendo el exitoso libreto de Lula da Silva cuando se despojó de los dogmas y símbolos que causaban aprensión entre los brasileros y se convirtió en un modelo alternativo: fuerte, pero no agresivo; grácil, pero no maleable.
Tercero, Petro sabe que el centro y la derecha, por igual, tratarán de sembrar nuevamente el miedo al populismo para coligarse en segunda vuelta y tratar de derrotarlo.
Pero también sabe que -académicamente hablando-, la técnica persuasiva del miedo tiene un límite a partir del cual surte el efecto contrario sobre los emisores, con lo cual, podría darse el caso de que venza en la primera vuelta.
Cuarto, en efecto, el límite del miedo lo trazan, en similares proporciones, emisores y receptores.
Como receptor, Petro ya está haciendo la tarea al adoptar el antedicho modelo Lula.
Y como emisor, la derecha lo trazó cuando Duque, ya en el poder, se declaró “centrista”, cuestionando los fundamentos ideológicos por los que fue elegido.
Quinto, Petro no se avergüenza de su pasado como guerrillero pero toma distancia de ciertas conductas de sus colegas, entre otras razones porque sabe que, si llega a la Casa de Nariño, podría ser víctima inmediata del ciclo perverso de la violencia amparada en el derecho a la rebelión.
Por eso mismo sabe que tendría que aplicar el llamado “poder inteligente” para enfrentar a las amenazas transnacionales y a esos 20 factores de inestabilidad que asedian y seguirán asediando al país, sea quien sea el presidente.
Y, sexto, él es consciente de que el trabajo en redes es fundamental para poner en práctica el “modelo Lula” actualizado.
En consecuencia, se abstiene de mencionar al Grupo de Puebla, al partido Comunes, o a su amigo Pablo Iglesias, el flamante exvicepresidente español.
Y también por eso toma relativa distancia de Maduro y Diosdado, con los que buscaría el inmediato restablecimiento de relaciones diplomáticas pero asumiéndolos como eventuales adversarios endógenos.
Y lo son, por una sencilla razón. Petro es lo suficientemente perspicaz para percibir que la izquierda está acéfala en América Latina y que él puede llenar ese vacío.
Pero para hacerlo, tiene que practicar un cuidadoso movimiento oscilatorio que le permita guardar distancia de los fracasos en Venezuela, Cuba y Nicaragua (colectivismo, expropiación, persecución).
En definitiva, es consciente de que su ‘Pacto Histórico’ tiene un reto fuerte si quiere ir más allá del parroquialismo fratricida promovido por la vieja izquierda chavista para perpetuarse en el poder.
Y ese reto puede resumirse en tres verbos que, por lo visto, se está esforzando en conjugar: conciliar (erradicar la violencia); inspirar (generar confianza); y modernizar (activar el capitalismo solidario).