A propósito de la Carta del 91 (XXVIII)
A raíz de la expedición de la Constitución de 1886 se adelantaron entre el gobierno de Rafael Núñez y la Santa Sede conversaciones para llegar a tener un Concordato, que vino a firmarse el 31 de diciembre de 1887, teniendo como representantes para ese acto histórico al cardenal Rumpolla del Tìndaro, de parte del Santo Padre, y al Dr. Joaquín F. Vélez, de parte del Presidente de Colombia. Es de destacar sobre este hecho cuanto dijo el presidente Núñez: “El acto más honroso de mi vida publica aquel en que puse la sanción al pacto celebrado con la Santa Sede”.
Es conveniente, a propósito de este primer “Tratado Público Internacional entre la Santa Sede y el Estado colombiano”, tener en cuenta que existen la potestad civil y la espiritual, que han de armonizar los súbditos de estos dos poderes, inspirándose, en su proverbial sentencia de Jesucristo: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22, 21). El cristianismo, que al no aceptar dar culto como divinidad ni obediencia ciega a gobernantes, ha sufrido también en tantas épocas fieras persecuciones, y ha tenido también fuertes enfrentamientos aun con poderosos terrenos bautizados en ella. Han surgido también graves problemas cuando gobernantes que han dado beneficios a la Iglesia de Cristo han querido arrogarse, o se las han concedido, atribuciones para influir en la Iglesia en cuanto a nombramientos eclesiásticos.
A escala universal tuvieron amplia vigencia las llamadas “Investiduras”, por cuya liberación luchó en especial el Papa Gregorio VII (1050-1058), y, en relación con los dominios coloniales de España, el llamado Patronato, por el cual, frente al gran apoyo de los Reyes a la labor evangelizadora de la Iglesia se le concedió derecho a presentar los candidatos a importantes cargos eclesiásticos. Conseguida la independencia de los países americanos, sus nuevas autoridades buscan establecer relaciones con la Santa Sede, lo cual les servía para reconocimiento ante gobiernos civiles, pero, reclamando como heredad, aquel privilegio que tenían los Reyes.
De gran interés la trayectoria cumplida por el gobierno de Bogotá, al igual que otras naciones colonizadas por España, para obtener reconocimiento de su independencia, lograr relaciones entre sus gobiernos con el Papa y tener acuerdos o Concordatos para regularizar su entendimiento. Excelentes constataciones al respecto se tienen en el libro Del Vaticano a la Nueva Granada, de Mons. Alfonso Ma. Pinilla Cote. Recoge la situación de lo vivido a raíz de la batalla de Boyacá, cuando se dice que “todo cambiaba en América, pero no en Roma”, por la influencia de los representantes de España ante el Vaticano, quienes hablan ante el Papa de “pequeños incidentes” al comentar las derrotas en sus dominios. Bolívar y Santander dieron pasos hacia abrir las puertas pontificias, no sin opositores a ello. En 1827 el Papa Pío VII nombra obispos para algunas sedes vacantes sin el beneplácito de España, con grande agrado de Bolívar y no obstante amenaza de cisma, por ello, de parte de las autoridades de la Península.
Verdadera odisea fue la cumplida por Ignacio Sánchez Tejada, quiendesde 1826 recibió misión del gobierno de la Gran Colombia para hablar con respecto ante la autoridad pontificia, pero advirtiendo de este lado también peligro de cisma si no se daba el trato debido a los pueblos ya independientes. Radical fue la posición de España ante el Vaticano para que en nada se atendiera a Sánchez Tejada, con exigencia inclusive, de que ni siguiera se le permitiera residir en los Estados Pontificios. (Continuará).
*Presidente del Tribunal Ecco. Nacional