MONSEÑOR LIBARDO RAMÍREZ GÓMEZ* | El Nuevo Siglo
Domingo, 27 de Julio de 2014

Hacia verdadera independencia

 

Les parecía gracioso a mis compañeros de estudio en Roma cuando los colombianos, al hablar del 20  de julio, decíamos, con la expresión popular sobre esa fecha, que se conmemoraba “el grito de independencia”. Graciosa, ciertamente, tal expresión, y descriptiva de lo ocurrido en 1810, pero triste que, en parte, nos hayamos quedado con el solo grito, sin llegar a una real independencia. Me impactó, también, que cuando en diciembre de 1958 Fidel Castro entraba triunfante en La Habana, la prensa europea hablara de “la primera auténtica revolución” porque se llegaba, finalmente, a una real independencia del pasado. Lástima que si había parte de verdad en esa afirmación, ante los abusos condenables de Batista, se pasara a la férrea dictadura, opresora de independencia y libertad, implantada por Castro.

Hay en los seres dotados de inteligencia y voluntad, como los ángeles y los hombres, rebeldías íntimas y desorbitadas para decir al mismo Dios “no serviré”, o, al ser halagados por satánico orgullo, querer“ser como Dios” (Gen. 3,6). Desafortunadamente ante Dios, y ante los demás humanos, hay esos bandazos de querer salir de una esclavitud, o exagerada dependencia, a querer vivir sin “Dios ni ley”. Es, entonces, cuando en lugar de avanzar en unidad de esfuerzos, con buen aprovechamiento de libertad e inteligencia, se cae en absurda y permanente emulación, tantas veces opresora, de parte del vencedor de turno, que sepulta la independencia del contrario e impide el aprovechamiento de fuerzas unidas hacia objetivos comunes. A cada paso se repite la historia de los años inmediatamente subsiguientes al gran 20 de julio, de caer en permanente rebatiña por el poder, al estilo de la bien llamada “patria boba”, con desconocimiento del bien que hizo el adversario y rechazo de sus positivos aportes por insana y ciega preponderancia.  

La verdadera independencia no es de esta o aquella persona, con defectos pero que puede tener grandes valores, sino independencia de vanidoso orgullo, independencia de triunfalismo, independencia de enceguecimiento en que las opciones propias son exclusivamente buenas y que las de los contrarios son perversas. Se necesita es independencia de toda actitud abyecta ante triunfadores con tal de conseguir dádivas o mendrugos del poder, así sea a costa de claudicación de principios o de la honra del propio valioso pensar y actuar, independencia de las avalanchas de propaganda y dinero a escala mundial para imponer costumbres antinaturales como el aborto, la eutanasia y “matrimonios” entre personas del mismo sexo.

Talvez sea una utopía llegar a todos esos logros que reclama una verdadera independencia, utopía como lo soñado por el gran San Agustín en su “Ciudad de Dios”, utopía porque queremos ver un perfecto orden de cosas según el espíritu y bases para una perfecta sociedad, olvidándonos de que nuestro Salvador, quien dio como ideal las bienaventuranzas (Mt. 5,1-12), dijo que “su reino no era de este mundo” (Jn. 18,36). A la perfección en todos sus detalles nunca se llegará, pero es llamado paralelo al señalado en lo personal de ser “perfectos” como el Padre celestial” (Mt. 5,48). Es ideal al que se debe tender, permanentemente, en bien de los pueblos, como ha acontecido en épocas en que los humanos quieren construir su prosperidad no de espaldas a Dios, ni como desafiándolo a Él y a sus preceptos, como los constructores de la torre de Babel (Gen.11).

Que el Señor nos lleve de la mano hacia verdadera independencia, con arrepentimiento de los crímenes o errores del pasado, sin diabólica ostentación de ellos, y con pasos de unidad fraterna para que las demás naciones crean en nuestros ideales (Jn. 17,27). Que nos mostremos seguros del sabio adagio popular, de que, libres de orgullo y vanidad y desprecio de los demás, “la unión hace la fuerza”.

monlibardoramirez@hotmail.com

*Presidente del Tribunal Ecco. Nal.