MONSEÑOR LIBARDO RAMÍREZ GÓMEZ | El Nuevo Siglo
Domingo, 6 de Diciembre de 2015

Por caminos de misericordia (I)

HAY  palabras que encierran  valores infinitos. “Dios  es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él”, dice S. Juan   (I Jn.4-16). Fue este discípulo, que estuvo tan cerca al corazón de Jesús, el enviado por el Padre a salvarnos por su infinito amor. Desbordamiento de ese amor infinito de Dios hacia la humanidad lo constata el mismo discípulo fiel en el amor a Jesús hasta el Calvario, en su expresión: “Tanto amó Dios al mundo envió al Hijo unigénito para que todo el que crea en EL no perezca (Jn. 3.16). La palabra “Amor”  encierra, entonces, la misma realidad de Dios, el Ser Supremo.

Pero hay otras voces que señalan expresiones de amor divino, y una de ellas es la de tan amplio y maravilloso contenido: “misericordia”. Qué bien que, en lugar de un Dios vengador, como se lo ha presentado tantas veces, nos lo presenten ahora  los Papas Juan  Pablo II y Francisco, evocando la confortante expresión de San Pablo, como un Dios “rico en misericordia” . (Ef. 2,4). Ante una humanidad angustiada y aterrorizada, en nuestros días, por su misma lejanía de Dios, cómo conforta que el actual Pontífice nos haya convocado a vivir, intensamente, un “Año jubilar de la misericordia”, a partir de este 8 de diciembre de 2015, hasta el 20 de noviembre de 2016.

El 11 de abril, de este año, convocó el Papa Francisco, por medio de una “Bula”, o documento pontificio, con el título “Rostro de Misericordia”, este año jubilar. “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre”, es la primera y fundamental expresión del Papa al iniciar este precioso documento. Poco más adelante, y como razón de esta grande y extraordinario jornada, lanzada al mundo entero, dice el Papa: “siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia, que es fuente de alegría, de serenidad y de paz; es condición para nuestra salvación”.

Comienza este Año Jubilar en la fiesta del 8 de diciembre, día en el que se perciben los albores de la gran obra de la redención, obra de la infinita bondad de Dios, al liberar de todo pecado a la naciente joven virgen llamada “María”, quien por ese privilegio de ser Inmaculada, y por aceptar el mensaje divino, se convirtió en “Madre del Hijo  del Altísimo”. Por ello,  desde el comienzo de su saludo es señalada como “llena de gracia” (Lc. 1,26-38). Desde el principio de la “Bula” (n.3), hasta el final (n.24) asocia, el Papa, a María Santísima, “Madre de la Misericordia”, plena de  gracias divinas, quien “atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites” (n.24).

 

Pone de presente, el Papa, en este gran documento la circunstancia que lo motiva  como es el cumplirse cincuenta años de la conclusión del Vaticano II, y cómo S. Juan XXIII quiso que en ese Concilio, desde su apertura hasta el final, y en su prolongación al poner en práctica sus magistrales enseñanzas, se presentara ante el mundo a la Iglesia como “la esposa de Cristo que preferirá usar la medicina de la misericordia y no empañar las armas de la severidad”.  Recuerda cómo el iniciador de ese gran Concilio quería que la Iglesia se presentara como: “antorcha de la verdad católica, madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad”. Anota cómo esa Madre Iglesia tiene qué señalar  los errores, y la gravedad del pecado, pues ha de “practicar no menos la caridad que la verdad”, y esta es la verdadera misericordia, y hacia las personas, solo invitación, respeto y amor” (n.4).

Se destacan, en esta Bula, “Rostro de Misericordia”, innúmeras actuaciones misericordiosas del Salvador divino, y sus parábolas tan dicientes como las recordadas por el Evangelio de San Lucas en el Cap. 14, en especial la actuación del Padre con el hijo que se hundió en el vicio y retornó a casa. (Continuará).

monlibardoramirez@hotmail.com

*Expresidente Tribunal Ecco. Nal.