La violencia contra la mujer, joven, niña, anciana, todas ellas, no importa su edad ni su estatuto social, pues ningún grupo escapa, ha venido en aumento en los años recientes. Para empeorar la situación, la pandemia actual ha disparado dicha violencia.
La cuarentena obligatoria a la cual nos hemos visto sometidos, el estrés de la pérdida del empleo, la perspectiva de un futuro incierto y, sobre todo, la diaria y estrecha convivencia familiar obligatoria, por meses y meses, es, en muchos casos, la mecha encendida que hace estallar la violencia interfamiliar.
Pero, en general, el ambiente esta maleado. El último caso, el ataque a la niña de la tribu embera en el sur del país, secuestrada y violada por una “jauría” de animales rabiosos, porque no hay otra manera de denominar el asalto sexual de siete soldados contra una menor de 13 años, debe despertar a un país y a un continente que no parecen tomar estos crímenes en serio.
El machismo e indiferencia que impera en Colombia y en la mayor parte del mundo, es un remanente de siglos y siglos de silencio e impunidad hacia los crímenes cometidos contra las mujeres.
Esa malditas tradiciones inscritas en las raíces de nuestras culturas, esa repetición de: “ella me incito a hacerlo”; “prefiero matarla a verla con otro”; “ella se lo ganó por puta”; “ella me pertenece y hago con ella lo que me venga en gana”; “yo no hice nada malo porque “eso” es lo que les gusta”; todas esas sucias practicas existentes en el imaginario masculino, están vigentes y no han podido ser erradicadas; a pesar de la existencia de leyes que, poco a poco y con gran esfuerzo, se han ido consagrando en los sistemas judiciales mundiales para proteger la vida, la integridad física y psicológica de la mujer desde su nacimiento hasta su muerte.
Es tan grave la criminalidad contra la mujer en este momento, que ya se la llama: “Pandemia de feminicidios” (El Tiempo, 06/23/ 20). Se afirma en dicho artículo que en Colombia 99 mujeres fueron asesinadas en el primer semestre del año, incluyendo: incineración, empalamiento y descuartizamiento, además de abuso sexual, tortura, sometimiento y terror psicológico.
Estos números son, indudablemente, inferiores a la realidad porque, muchos casos no son reportados ni conocidos por las autoridades. Carlos Negret, Defensor del Pueblo, expresó su preocupación por el actual aumento de las violencias contra la mujer: “No podemos dejar que la pandemia las invisibilice”.
Para muchas asociaciones defensoras de la mujer es indispensable que se dé mayor y más rápida protección a las mujeres cuando denuncian amenazas, ya sean las que se dan dentro de la familia, o aquellas que ocurren contra líderes en sus comunidades; ellas, otro grupo altamente afectado por desapariciones y feminicidios.
En el caso de la niña embera, los militares rápidamente identificaron a los culpables poniéndolos a la disposición de la justicia. Lo inaceptable es que la Fiscalía les haya imputado cargo de acceso carnal abusivo en vez de acceso carnal violento. Perecería un torpe intento de disminuir el crimen.
Recientemente, presencie el México las más grandes manifestaciones en contra de la violencia contra la mujer. Al grito “las queremos vivas” se une Colombia y el Continente. ¡No más impunidad, no más muertes, no más mujeres destruidas!