Las elecciones del pasado martes en Israel no definieron nada, igual que las de abril: nuevo empate a 32 escaños entre el partido Likud, del Primer Ministro Benjamín Netanyahu (Bibi) y el partido Azul y Blanco, de centro izquierda, que lidera el general retirado Benny Gantz, hoy en la oposición. Ahora, como antes, Bibi tiene que aliarse con los partidos ultra ortodoxos, el askenazi Unión de la Torá y el Judaísmo (8 escaños), el sefardí Shas (9) y la alianza de ultraderecha Yamina (7), pero aun así no le dan las cuentas -como tampoco a la coalición de izquierda- que requieren 61 para formar gobierno, mayoría de los 120 escaños que conforman el parlamento (Kneset).
Le va a tocar aliarse con del ordinariote excanciller Avigdor Lieberman, venido de las breñas de Moldavia, mayordomo del partido Israel Beitenu (9) quien, además de ministerios, le va a pedir meter el ficho por aprobar una ley que elimine la exoneración del servicio militar a miles de estudiantes de las escuelas talmúdicas y a los ultraortodoxos, personajes de fábula que ve uno en el desierto de la calle con abrigo de paño negro y gorro espantoso de color ídem, haciendo nada útil, o queriendo tumbar el Muro de los Lamentos con la cabeza. Pero si Bibi accede, se le descuadra la coalición, pues los aludidos religiosos, que protegen a sus “haraganes”, no le van a jalar al asunto, aunque ello no vale la pena pues, como me dice mi amigo Isaac, “son muy pocos, muy flojos y hacen más daño en el ejército”.
Después de Ben Gurion -Padre de la Patria-, de la “Dama de Hierro”, Golda Meir, de Ariel Sharon (que en paz descansa, por fin, después de pasar 7 años conectado a un aparato, fundador del partido Likud -que hoy regenta Bibi), Netanyahu ha sido el más importante gobernante que la tenido el “Pueblo Elegido”, como lo llama la Biblia. Ya va a ajustar 13 años en el poder y sin importar los pecadillos suyos y los de su consorte Sara (no hay judío que no sea ambicioso) parece que la gente le prende velas, por su talante, por su mano tendida con pulso firme, por el impecable manejo de la economía de una de las primeras economías del mundo y la cuarta potencia atómica del planeta tierra.
Sus detractores lo acusan por hacer nada en favor de la paz con los palestinos y ello es cierto y como lo escribimos hace poco, sin él -y con nadie- habrá paz en Tierra Santa. La única sería la paz de los sepulcros, como en el Guivat Shaul, el cementerio más exclusivo de los judíos, ubicado próximo a la Puerta Dorada y justo en frente del cementerio árabe, que conforman los únicos campos de paz que se dan el lujo de estar en primera fila a la hora del Juicio Final, cuando, en decir de los profetas, Jesucristo, jubiloso y triunfante sobre el mal, habiendo librado satisfactoriamente la última batalla de Armaguedón -entre los buenos y los malos- habrá de volver a entrar por esa magnífica puerta para juzgar a vivos y a muertos. Suerte, amigo Bibi, en cuadrar el rompecabezas.