En Colombia, donde muchas veces la opinión de los extranjeros cuenta más que la de los propios colombianos; donde es aún común que se piense y actué como colonia europea o estadounidense, donde las ideas y las tendencias, como la comida, la música y las vestimentas, son copiadas de otros países, la opinión de la prensa internacional cuenta mucho más de lo que debería.
Muchos piensan que si lo dice The New York Times, los noruegos lo aprueban, o si Maduro y los Castro lo aplauden, es ¡maravilloso! Pero si somos los colombianos los que nos manifestamos, los que damos nuestro voto, los que criticamos, aplaudimos o condenamos algo, entonces somos unos reaccionarios, unas ignorantes ovejas lideradas hacia un precipicio.
Valiente estupidez pensar que desde la seguridad de una oficina de prensa a miles de kilómetros de Colombia, en otro continente, con otra idiosincrasia, sin conocer a cabalidad la historia, sus antecedentes y consecuencias, se puede pontificar sobre algún tema colombiano.
Peor aún, cuando se trata de algo tan complejo como el reciente referendo votado por los colombianos para aprobar o desaprobar el acuerdo firmado en la Habana, entre el Presidente Juan Manuel Santos y Timochenko, jefe máximo de las Farc, poderoso cartel del narcotráfico, bajo el auspicio de los Castro.
Es absurdo pensar que desde lejos, a través de la voz de terceros, o de esporádicas visitas al país, se conoce a cabalidad la realidad de lo que piensa el pueblo sobre los que ocurre en su propia patria.
Ese es el caso del editorial publicado por el NYT, el 14 de octubre. Desde su título “Álvaro Uribe, el hombre que está bloqueando la paz en Colombia”, está plagado de insensateces y absurdos.
Es claro que la mesa editorial del NYT no leyó las complejas 297 páginas del mencionado acuerdo, o peor, ¡No las entendió! De ahí sus opiniones tan equivocadas.
Afirmar que muchos votantes del No lo hicieron: “bajo la influencia de una campaña excesiva y engañosa dirigida por Uribe”, demuestra una crasa ignorancia sobre cómo, realmente, se llevó a cabo la campaña para el plebiscito.
Parecen no tener idea de que fue el Gobierno el que presionó a la población con toda clase de mentiras y exageraciones sobre las consecuencias de votar contra el acuerdo. De cómo Santos trató de aterrorizar a la población, amenazando con el recrudecimiento de la guerra, especialmente en las ciudades, y con el fin del cese al fuego al otro día de las elecciones, si el No ganaba.
Con seguridad los del NYT no se enteraron de las ingentes cantidades de dinero y “mermelada” que el Gobierno repartió entre los medios, fundaciones y organizaciones para promocionar el Sí. O, de la arrogancia del Presidente cuando firmó el acuerdo, en una costosísima fiesta en Cartagena ante la comunidad internacional, antes de que los colombianos lo hubiéramos aprobado en el plebiscito.
Son tantas las aberraciones que existen en este editorial, que sería demasiado largo rebatirlas en una columna. ¡El NYT se pifio! Y, consecuentemente, nos debe disculpas a los colombianos que votamos No, democrática e independientemente; los que ante todo deseamos una paz digna y duradera, no un país entregado a las Farc, como pretendía el acuerdo.