Colombia, “el país más feliz del mundo”, tiene los seres más desafortunados, indefensos y despreciados de este planeta: sus niños. Nacen venciendo todas las dificultades que les prodiga un desastroso sistema de salud. A la más temprana edad los separan de sus madres, porque la vida moderna determinó que la mujer inexorablemente, desde que recibe romántico anillo, debe aportar para el hogar… hasta que la muerte la separe.
La niñez paga los “platos rotos” en una sociedad que discrimina y condena a los dueños del futuro.
Por comodidad, las parejas se deshacen de ellos antes de que pierdan el cordón umbilical.
Hace 52 años, los niños colombianos nacían sin futuro cierto, en medio de una insensata confrontación. Ahora cuando irrumpe la paz, recibe rudos embates de atizadores desequilibrados y malintencionados que añoran la guerra, porque de ella dependen sus fortunas y privilegios, eso sí: sin que llegue a rosar su entorno.
Nuestros bebés nacen condenados a enfrentar toda suerte de amenazas: los depravados sexuales que los acosan sin piedad, los microtraficantes y la delincuencia que los ubica para repletar bolsillos. Autoridades y sociedades corruptas los acechan amparándose en la indiferencia de esta sociedad.
Se creyó que programas gubernamentales de atención y apoyo podrían cambiar el panorama. Pero nuestros bebés no tienen dolientes. Por doquier aparecen coyotes que los condenan a condiciones de incapacidad; a muerte en vida. Es una nueva forma de asesinato que políticos y “cuellos blancos”, aplican ante la vista de todo el mundo, condenándolos a la desnutrición.
Los gobiernos quieren remediar la situación y trabajan para ofrecer una alimentación balanceada y adecuada para defender los cerebros de nuestros pequeños. Con expertos nutricionistas diseñan menús que garanticen el desarrollo de las neuronas de los hombres del mañana. Que las defiendan para que les garanticen el más promisorio futuro.
Ese mañana es cada vez más esquivo e incierto: abusadores y violadores arropan nuestra niñez para malograr sus vidas actuales y futuras con todas las secuelas sicológicas.
Nada más fácil que estafar a un niño, para esos delincuentes que con perversidad saquean sus alimentos y asesinan sus neuronas, dejándolos al borde la incapacidad. Sus cerebros no son aptos para recibir la instrucción que los convierta en valiosos hombres del futuro.
Una vez hablando con el colega Fernán Martínez me dijo que Julio Iglesias, a quien él lanzó al estrellato, lo único que temía era perder la capacidad de asombro. Creo que los colombianos ya la perdimos, ya nada nos asombra. Unos corruptos asedian y violan a nuestra infancia y otros criminales los convierten en vegetales. Para los primeros ya hay algún castigo, pero para los de las pechugas “made in” ferretería y tamales grúa, no existe castigo, porque en este negocio todo se vale. Aquí todo lo saqueamos, porque las urnas están sedientas para canjear pechugas por votos.
BLANCO: La lánguida extinción de la vicepresidencia Uribe: renunció la Guerra.
NEGRO: La desaparición de nuestro poeta y amigo Rogelio Echavarría.
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