El actual primer ministro británico dijo una vez que donde algunos ven un desastre otros ven oportunidades, inclusive oportunidades para causar nuevos desastres. Esa última parece ser la línea que han adoptado en Colombia la mayoría de políticos, periodistas y expertos en intervención estatal, especialistas en producir malas ideas que, en este caso, empobrecerían aún más al país tras la debacle económica que causó la desmedida reacción de los gobiernos -tanto el nacional como los locales- ante el surgimiento del Covid-19.
La primera de estas es la de la “renta básica” para entre 30 y 32 millones de personas, una corrupción del concepto de la renta básica universal que, en Colombia, tendrían que recibir cerca de 48 millones de ciudadanos (lo cual costaría más del 40 % del PIB según la Universidad Javeriana). Es evidente que no hay de dónde obtener los recursos para este fantasioso esquema de redistribución. Inclusive en su versión limitada, su estrambótico costo sería de 23.7 billones de pesos por trimestre según un cálculo, cuando el “hueco fiscal” que produjo la última reforma tributaria era de 11.4 billones para todo el 2020.
Además, la selectiva renta básica propuesta crearía un sinfín de incentivos perversos. Para empezar, los políticos que la apoyan no contemplan la eliminación inmediata de todos los demás subsidios, condición que forma la base de la mucho mejor idea del impuesto de renta negativo del economista Milton Friedman.
Según otra pésima idea que circula, endeudarse hasta los tuétanos de repente es una política sensata. Como le dijo Oscar Iván Zuluaga a este diario, “no es momento de pensar en la deuda”, salvo para aumentarla e incrementar el déficit fiscal. Lo mismo opina el Comité Consultivo que supervisa la Regla Fiscal, la cual fue suspendida para los siguientes dos años. Esto confirma que, como dijo en una ocasión Juan Carlos Echeverri, la regla fiscal en Colombia “es como la promesa de un alcohólico”. Un compromiso con la sobriedad entre copas de aguardiente.
Detrás de la apoteosis del derroche y la deuda está el mito keynesiano de que el gasto estatal desenfrenado rescató a Estados Unidos de la Gran Depresión. Sin embargo, bastante evidencia sugiere que el New Deal obstruyó la recuperación económica. También existe el caso de Reino Unido, país que respondió a la crisis de 1929 con prudencia fiscal y fuertes recortes del gasto público. En 1934 el déficit se convirtió en superávit y el gobierno británico recortó los impuestos. Desde entonces, la economía creció al 4 % en promedio hasta 1939 y el desempleo se redujo drásticamente. Un contraejemplo convenientemente ignorado.
Quizá la peor propuesta de todas es la de reducir a 0 las tasas de interés y comprar deuda pública al expandir la emisión. Por un lado, las tasas de interés artificialmente bajas frenan el crecimiento y generan burbujas al inflar los precios de los activos. Por otro, el plan de asumir más y más deuda en dólares para pagarla al imprimir pesos es sencillamente suicida.