Despido a mi querido hermano mayor con las palabras de Víctor Hugo: “No es la noche, es la luz. No es la nada, es la eternidad. No es el fin, es el principio”.
De los cinco hermanos, ya solo quedamos dos. Así es la vida y así la debemos aceptar. Queda en mí la memoria de un hombre íntegro que superó las más dolorosas pruebas y recorrió los más interesantes caminos.
Mariano, en sus noventa años, jamás dejó de estudiar, descubrir y admirar esa riqueza inmensa que nos ofrece la vida, ni de sorprenderse por las ofertas maravillosas de la naturaleza.
Antioqueño “de pura cepa”, gustábamos de repetir los versos del himno antioqueño, del poema de Epifanio Mejía, en especial aquellos que a mi padre le producían la mayor emoción: “Yo nací altivo y libre sobre una sierra Antioqueña/llevo el hierro entre las manos porque en el cuello me pesa”.
Mis cuatro hermanos nacieron al comienzo del siglo XX en una Medellín amable y orgullosa, de aire nítido y gentes amorosas, de familias grandes y casas coloniales con patios plenos de flores, fuentes y pájaros; de rosario diario, tiples, guitarras, coplas y poemas al comenzar la noche.
En el bosque de El Ranchito, la casa de mis padres, se enamoró del cultivo de las orquídeas de mi madre, haciendo de ellas un constante motivo de experimentación y estudio.
La muerte lo sorprendió trabajando en su escritorio. Tenía grandes planes y mucho trabajo por hacer. Era consciente de que ningún país puede por sí solo mantener las condiciones ideales para defender la integridad biológica de su territorio. Por eso recalcaba: “se requiere una armónica cooperación de todas las naciones para detener la destrucción alarmante que se viene presentando en nuestro siglo de especies animales y vegetales”.
Demandaba una gran política nacional que detuviera la deforestación, erosión, inundaciones y progresiva contaminación de nuestra tierra.
Sus enfoques fueron: el desarrollo del conocimiento de la inmensa biodiversidad del país, sus biomas, ecosistemas y nichos ecológicos, y la inextricable interrelación entre los seres vivos del planeta con los factores físicos del medio ambiente donde se han desarrollado.
Heredó de nuestro padre su lucha por la Democracia, las ideas conservadoras y un inmenso respeto por el campo y la necesidad de proteger a quienes lo trabajan. Con ese propósito laboró como gerente de la Caja Agraria y como director de La Fundación Mariano Ospina Pérez.
Su mayor sueño: lograr la intercomunicación de los ríos de América Latina, respetando su biodiversidad, para lograr el desarrollo del centro del Continente, tan importante para el futuro.
Su muerte fue dulce, “la muerte de los justos” como llaman a aquella que llega sin sufrimiento, dolor o angustia. Ahora, Helena su señora, sus hijos, nietos y bisnietos, serán responsables de llevar sus banderas.
SOÑADOR/ Mariano era un soñador/ hacedor de caminos/ visionario de ríos/ El de la Plata, El Orinoco, El Amazonas/ una sola ruta fluida./ Arteria avivada de delfines rosados, guacamayas y hombres./ Mi hermano se atrevió a soñar./ Y presintió el destino grande de América Latina!/ Hoy, eres semilla en el viento./ Vivirás en los pinos/ y en las vegas del río de tu sabana amada/ A la puerta de un arcoíris/encendido de orquídeas,/ querido hermano/ hoy te despedimos.