Muchos años antes de la pandemia, a mi entrañable tío Horacio le ocurrió una simpática anécdota: luego de misa de 7 de la noche un domingo fue recorriendo lentamente las calles del centro de Pereira City, con su esposa Lucita, atisbando vitrinas, pues el comercio estaba cerrado, y al pasar por Arthur Street quedó impactado con unos zapatos negros, lustrosos y puntudos -que le parecía como si le hicieran ojitos- alcanzó a ver que eran de su talla, y prometió madrugar a las 8 am el día siguiente a comprarlos. La oportunidad la pintaban en forma de zapato y como tenía viaje para Medellín ese lunes, dijo para sí: “Me los estreno en Medallo”.
Llegó de afán, como siempre, sin bajarse del carro, le pidió al joven vendedor que le empacara esos zapatos negros de la vitrina, le pagó en efectivo y salió disparado a tomar carretera para la capital de la montaña. No perdonó la parada en el Alto de Minas para comer chicharrón de ocho patas con café negro, compró chorizos con arepa para llevar de regalo a su familia paisa, almorzó, hizo la siesta con un pequeño transistor pegado en la frente que transmitía “el pulso del fútbol”, se bañó, se echó talco antes de ponerse unas medias que también estrenaba y agarró la cajita de madera de sus zapatos nuevos -la misma que contuviera su más preciado valor- se los fue a poner y se percató de un pequeño detalle: ambos chagualos eran izquierdos. ¡No hay derecho!, fue lo que atinó a exclamar, por todo concepto, y en el fondo de la suela veía, pequeñito, a míster Arthur y empezaba a contar las horas para agarrarlo a puntapié con la zurda…
Pero ese no era el tema. Quería recordar una famosa “conejeada” que le hizo Kim Il-Sung -el primer dictador norcoreano de la trilogía familiar Men in Black- a mediados de los 70’s, a la República neutra de Suecia: le pidió mil automóviles Volvo 144 GL para motorizar a sus subalternos del Partido de los Trabajadores y prometió pagar en miles de toneladas de cobre y zinc, que nunca llegaron a su destino y la factura -que jamás se pagará, pues las dictaduras no pagan facturas- ya supera los 300 millones de euros, mientras los otrora lujosos volvos están funcionando como taxis en las espantadas calles de Pyongyang.
Y su hijo Kim Jon-Il, padre del actual dictador, también era una joyita. El pueblo muriéndose de hambre y él sí tenía plata para gastar 700.000 dólares anuales en fino coñac francés, preferiblemente de la marca Hennessy; en quesos traídos desde Suiza; caviar de Irán; cerveza de Dinamarca y un harem de esclavas sexuales importadas de Tailandia; y para construir una piscina olímpica subterránea a prueba de misiles con su efigie en láminas de oro, y el colmo fue llegar a fletar un avión de Air Koryo, expreso a Pekín, sólo para ir a tragarse un par de hamburguesas Mc Donald's, que eran su única debilidad barata. No hay derecho.
Post-it. Más que Correa, Ecuador lo que necesitaba era un buen Lasso.