La situación que en los últimos tiempos ha debido enfrentar nuestra Policía Nacional es lamentable y desesperanzadora, pareciera que todos los estamentos del país hubieran olvidado su gesta heroica, ese desvelo por defender la sociedad del delincuente, en todas sus modalidades, ese compromiso que por largos años ha movido esta noble institución, una de las más representativas y comprometidas con la seguridad y el orden patrio.
Pareciera que su historia se hubiera olvidado y las nuevas generaciones desconocieran los episodios que la policía, en diferentes escenarios, debió enfrentar al defender la institucionalidad. Perdónenme, pero siento la necesidad de recordarles a mis ambles lectores que nuestra institución, desde sus albores, ha soportado ataques venidos de diferentes frentes, y lo más lamentable es que sus atacantes tienen conciencia de la entrega, que, en defensa de la sociedad, el orden y la justicia hace la Policía Nacional.
Primero fueron los gamonales que queriendo utilízala para sus intereses partidistas y económicos trataron de secuestrarla bajo el ordenamiento legal; luego vinieron los bandoleros que hicieron blanco de sus odios y ataques a los hombres que vestían el uniforme; aparecieron más tarde los asaltantes bancarios, delincuentes que nuestras unidades resistieron con gallardía y entrega, delito desplazado por el secuestro que sacudió el país y encararon desde sus comienzos, con heroísmo, los componentes del grupo antisecuestro y que tiñó con sangre las páginas de nuestra historia.
Pero ahí no para la lucha porque el narcotráfico nos trajo un reto donde demostraron los policías su compromiso y vocación, encarando este delito en todas sus vertientes y todas las organizaciones que han pretendido permear tanto la sociedad como las instituciones en provecho de sus lucros, carteles que pretendieron rendir la institución y nunca lo lograron. Lo anterior sin olvidar los grupos subversivos que atacan puestos de policía y reciben la resistencia del puñado de hombres que, sabiéndose en inferioridad para la lucha, nunca desertaron ni defraudaron los pueblos que los acogieron y necesitaron. Lucharon hasta el último aliento sin rendirse ante los subversivos que aun intentan desestabilizar las instituciones y el país.
Pero pareciera que todo se olvidó. Hoy están asesinando nuestros policías a sangre fría y traición. La lista es larga y cada semana se extiende más, ante una sociedad que observa impávida cómo sus defensores, esos que dan la existencia por amparar su honra, vida y bienes, mueren inmisericordemente a manos de cobardes asesinos que solo buscan el caos y la anarquía. La colectividad no se pronuncia y, por el contrario, no escatima oportunidad para agredirlos, irrespetarlos y desconocer su autoridad.
Una sociedad que no respeta su policía ni respalda sus defensores, está enferma. Es hora de recapacitar, respaldar la institución, acompañarla en la misión. Nosotros enterramos nuestros muertos, pero nunca nuestro dolor.