Esta pandemia, ciertamente, nos agarró a todos con los pantalones abajo y desnudos de tapabocas, guantes y sin jabones antibacteriales a la mano, ni siquiera en la farmacia de la esquina, porque el pánico hizo que se alborotaran los más hipocondríacos de entre los histéricos, al punto de que provocaron el desabastecimiento de todos los elementos de bioseguridad, y el resto de humanos quedamos colgados de la brocha. Y fue inoportuna, porque Colombia estaba llegando a niveles importantes de bienestar y desarrollo, pero ahora, como dice el disco, todo se derrumbó. La quiebra empresarial y el desempleo van a adquirir proporciones bíblicas lo cual se traducirá, necesariamente, en más pobreza, indigencia, informalidad e inseguridad, mientras lenta e imperceptiblemente vayamos recuperando el ritmo de la vida.
Unos opinadores dicen que esta crisis va a volver a la sociedad más humana, más solidaria y equitativa, con la mente y energías puestas en los más débiles; pero otros, como el iluminado nuevo filósofo surcoreano, Byung-Chul Han (de quien pude leer Sobre el Poder), ha dicho en reciente entrevista que “la histeria de la supervivencia hará que la sociedad se vuelva más inhumana”. La contradicción es lo que hace factible la dialéctica y a través de ella poder llegar a conclusiones medianamente aceptables, pero aún falta que corra mucha agua bajo el puente para tener claridad sobre cómo habrá de ser la sociedad sobreviviente y sobreviniente a esta dura prueba que se nos ha puesto en la calle, furiosa, con careta de Rey de los Virus, a juzgar por su corona de espinas, y por eso entendí que el único que podía salvarnos era Batman, el hombre murciélago.
Pero no todo ha de ser negativo. La crisis -por perversa que sea- conlleva siempre una oportunidad para superarla y la sociedad se ha reinventado vía emprendimiento, empezando por las empresas, que pudieron privilegiar el tele y trabajo en casa; los servicios domiciliarios; las escuelas y universidades, que gracias a la tecnología han podido mantener el ritmo de la educación, por vía virtual, aunque no imagino una cuarentena como estas sin celular, internet, radio, televisión satelital, porque sería más aburrida que una despedida de soltero organizada por el ex Procurador Ordoñez.
Otro aporte de la pandemia -tal como lo intuyó en trino mi amigo Enrique Llaña- es que esta crisis nos niveló, espantó los prejuicios de género y de lenguaje incluyente y ya no se habla de “contagiados y contagiadas, muertos y muertas, abuelitos y abuelitas”. Todo se simplificó. Y, además, me parece que suena más tierno decir “nuestros entrañables abuelitos” que “nuestros entrañables adultos mayores” y, si así no fuera, el gran poeta Jorge Robledo no hubiera podido escribir “Siquiera se murieron los abuelos, sin sospechar el vergonzoso eclipse”, sino “siquiera se murieron los adultos mayores…” y ahí sí nos habría matado a todos. Cuestión de estética.
Post-it. Y lo mejor de todo: se logró una excelente división del trabajo entre Iván Duque y Claudia López: él dictando las políticas marco y ella abriendo y cerrando el grifo de la gradualidad de la apertura económica en Bogotá. Qué bien.