En el mundo es reconocido y anhelado el premio Nobel de Paz, el cual fue inspirado en la voluntad de Alfred Nobel, para otorgarlo “a la persona que haya trabajado en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz”.
En Colombia surgió un presidente malabarista, que daba su vida y se la jugaba toda por ganarse ese premio mayor.
Divisando el futuro, el escritor Jorge Andrés Hernández, lanza un libro excepcional, titulado “Santos: “El Jugador”, en el cual rastrea los malabares, la frialdad, que tuvo que realizar Santos para acceder a la cúspide del poder”.
Habiendo dirigido Santos las tropas en el Ministerio de Defensa, bajo las órdenes de su idolatrado presidente Uribe, aspira a la presidencia de Colombia. Como buen jugador, estructuró su campaña en continuar con la política de seguridad democrática.
Uribe se dio cuenta que Santos lo había traicionado por “descuidar a su juicio, la seguridad, y por haberse vuelto “el mejor amiguis” del presidente, Hugo Chávez”.
Santos oficializó el proceso de paz ante Noruega, país que siempre ofreció sus buenos oficios para que el gobierno y la guerrilla de las Farc pusieran fin al conflicto de manera negociada, con la ayuda de los gobiernos de Cuba y Venezuela.
Las intrigas de Santos, con sus jugadas maquiavélicas, lograron convencer al Comité de Noriega, para hacerse merecedor a tan digno galardón de Paz. El acuerdo firmado en La Habana establecía el sistema integral de Verdad, Justicia, Reparación y no Repetición.
Pero este acuerdo no se ha cumplido cabalmente. La Comisión de la Verdad no ha producido resultados en cuanto al esclarecimiento de la verdad y menos la reparación a las víctimas.
Las víctimas, ignoradas, observan frustradas a unos exguerrilleros ocupando unas curules, a quienes se les denomina Honorables Senadores, y a un expresidente paseándose por el mundo luciendo su Nobel de Paz.
Para colmo de males, cínicamente el expresidente malabarista da un salto mortal, presentándose ante la Comisión de la Verdad, para hacerle creer al mundo que él, como Ministro de Defensa, no tuvo nada que ver con los falsos positivos.
Santos afirmo socarronamente ante la comisión: “Uribe en realidad pretendía acabar militarmente a las Farc, quería una derrota total, nunca quiso, ni siquiera reconocer la existencia de un conflicto armado. Los guerrilleros para él eran unos simples narcotraficantes y terroristas”.
Santos agregaba: “en mi caso, por la experiencia y a mi manera de ver las cosas, consideraba viable y conveniente una derrota estratégica, debilitarlos sicológica y militarmente, y llevarlos a una mesa de negociación”.
Analizando lo afirmado en la Comisión de la Verdad, Santos en su acto de contrición, se autocalifica como un buen samaritano, mientras que se lava las manos, advirtiendo: “Uribe era el Presidente de la República y Yo su subalterno”.
¿Declaramos inocente o culpable a Santos?