En política saber esperar es un arte. La espera prudente sazona los aciertos del líder que no se arredra ante las celadas que tienden sus adversarios ni se recrea en los halagos de los medios cercanos. En el caso de aquél a quien la espera alcanza en la oposición -situación del líder conservador español Alberto Núñez Feijóo-, amén de perfilar un programa de Gobierno que es lo que se espera de todo político que aspira a gobernar sí quiere culminar el empeño, debería transmitir ilusión.
Aunque para muchos sería suficiente con que pudiera derrotar en las urnas al actual jefe de gobierno, el socialista Pedro Sánchez, quizá la mayoría esté esperando algo más. Un proyecto político dispuesto a terminar con la crispación restableciendo puentes entre la derecha y la izquierda, como ocurrió en los días germinales de la Transición.
Un proyecto certero en las medidas para sacar al país de la postrada situación económica que arrastramos: el doble del resto de países de la UE en tasa de desempleo y con la deuda más abultada de nuestra historia. Y, al tiempo, un proyecto político encaminado a integrar en vez de separar. Un país que destierre la visita del rencor que supone intentar actualizar la lucha de clases. Un país en el que carezca de ocasión y sentido proclamar --como escuchamos no hace mucho-- que "el miedo debía cambiar de bando".
Y, ante los comicios que se avecinan, un proyecto político impulsado por la voluntad de no engañar a los ciudadanos prometiendo lo que no se puede cumplir. Viniendo de dónde venía -cuatro legislaturas con mayorías absolutas en Galicia- Núñez Feijóo, apenas si ha tenido tiempo de hacerse a la idea de que el Madrid político tiene otros registros. Incluido un punto de crueldad con los recién llegados al foro. Con medios de comunicación cercanos -algunos en situación de dependencia económica- que pasan fácilmente del halago a la crítica y teniendo en frente a un Gobierno que cuenta con terminales mediáticas bien engrasadas. Enfrenta otra dificultad añadida: es senador pero no es diputado, circunstancia que le condena a que la suya sea una voz aplazada en los debates parlamentarios en los que con las reglas actuales el presidente del Gobierno lleva ventaja.
Es largo el camino a recorrer para quien se ofrece como alternativa política. Es largo y está empedrado de obstáculos. La tentación es la impaciencia. El riesgo, provocar el desencanto de los afines. Y el reto capital no caer en las emboscadas que tantas veces supone entrar a opinar sobre temas menores. Vienen tiempos recios en los que a un político en la oposición no le basta con tener razón, tiene que saber dosificarla. Y, en ocasiones, transigir con lo que no afecta a los principios. Por eso se suele decir que saber esperar es un arte.