Obama Bin Biden | El Nuevo Siglo
Jueves, 26 de Agosto de 2021

No es sopa de letras. Es que entre Afganistán, los talibanes, Al Qaeda y USA existe una maraña inextricable de relaciones peligrosas, que los enreda y los separa, pero al fin de cuentas los mete en la misma colada.

Desde que dejó de ser  protectorado británico, en 1919, Afganistán no ha encontrado su rumbo. Fue reguero de mullahs (señores del Corán) y emires (príncipes musulmanes) hasta que en 1973 el general  Daud Khan derrocó la monarquía, pero su cruel represión provocó la Revolución de Saur, en 1978, que forjó el advenimiento de un régimen comunista y entonces aterrizaron en una refriega que se prolongó hasta 1992, en plena Guerra Fría, que confrontaba ideológica, política y militarmente a las dos grandes potencias desde el fin de la II gran guerra.

Las facciones comunistas afganas pretendían afianzarse en el poder, con la natural y obvia intervención de la URSS, y empezaron por la cabeza, asesinando al Presidente Hafizullah Amín, pero no contaron con la astucia endiablada de un pueblo furioso, dividido en diversas etnias y facciones de interés pero se les tocó la fibra religiosa y fueron todos a una contra el invasor “ateo y comunista” -con la ayuda de USA- en una cruenta batalla que constituyó para los glotones rusos su propio Vietnam, debiendo salir a las volandas. Los integristas islámicos -muyahidines- se hicieron con el poder y se creó el Estado Islámico de Afganistán, pero luchando contra el vecindario y propios afganos inconformes, hasta que el movimiento El Talibán (estudiante religioso) llegó a cobrar por ventanilla, apoyado por el grupo terrorista Al Qaeda (La Base), liderada por un lunático llamado Osama Bin Laden, multimillonario de origen saudí, que se acabó de enloquecer en clases de Religión en la U. 

Fue ese tal Bin Laden quien, tras los atentados del September 11, dio pie a la reacción del mundo civilizado -bajo el liderazgo del Presidente Bush- para capturarlo y destruir su Base, y empezó, en 2001, la Operación Libertad Duradera, libertad que duró, precisamente, hasta cuando entre Obama, Trump y Biden decidieron salir de Afganistán y el último relevo de la carrera, Joe Biden -pésimo estratega- decidió que ya era el momento, desestimó el plan de ruta de retirada de Trump y salió huyendo, dejando a los terroristas talibanes como una potencia militar muy bien surtida  de armas y a Afganistán y al resto de mundo sumidos en una tragedia humanitaria sin precedentes.

No otra cosa puede esperarse de unos cavernícolas religiosos que ven el mundo exterior como una manada de infieles a quienes hay que masacrar en “guerra santa” por cuenta de Alá, a punta de Ley Sharia -Senda del Islam- en la que las mujeres son ciudadanas de tercera y deben permanecer enjauladas en sus casas de por vida o saliendo con un hombre, sin mostrar ni los ojos, y en cuyo sendero queda un reguero de cuerpos decapitados, lapidados y extremidades amputadas por cuenta de diversos pecados como el adulterio, el sexo homosexual y el robo.

 

Post-it. Atender a 4 mil afganos parece ser un juego niños comparado con los 2 millones de venezolanos que invadieron Colombia.