Frente al radicalismo musulmán el mundo civilizado está perdiendo la partida. En 1979 cayó Irán, cuando era liderado por el último Sha de Persia, Mohamed Reza Pahlevi, y el país quedó en manos del Ayatolá Ruhollah Jomeini, líder político-espiritual de la entrante Revolución Islámica. USA había dejado militarmente muy bien equipado a Irán, para que los Ayatolás después se quedaran con todas las armas; ahora la historia se repite y Biden dejó muy bien aceitada la maquinaria afgana para que los talibanes se quedaran con ella.
Nadie sabe para quién trabaja. USA, con James Carter, para desquitarse, se había aliado con el dictador iraquí Saddam Hussein en su guerra contra Irán (1980-88), pero esa platica se perdió, con costos enormes de vidas humanas (cerca de 700.000) y millones de dólares regados en la arena y todo paró en una tregua auspiciada por la ONU.
En Oriente, el tema no sólo es religioso: también cuentan la geoestrategia y el petróleo y por eso es que, además de los países vecinos del Golfo Pérsico, el bloque soviético y los países occidentales se involucran en sus guerras para atajar la revolución islámica, recordando que Jomeini llamaba a USA el "Gran Satán” y a la URSS el "Satán Menor" y todos los no islámicos estamos igualmente satanizados por los combatientes de Alá, en quienes George Bush pensó inicialmente para dibujar el “Eje del Mal”, metiendo en la colada los regímenes terroristas de Irak, Irán, y hoy, claro, Afganistán. Como Osama Bin Laden, el cerebro terrorista del September 11, tenía su santuario en Afganistán, allá se fueron a “Bushcarlo” en el 2001 y destruir Al Qaeda, pero allá no estaba el man.
Después, Bush declaró una guerra contra Irak, en 2003, alegando que allá sí estaba el man y que ese país poseía armas de destrucción masiva y ninguna hipótesis resultó válida en ese momento; lo que hizo fue ventilar su interés por el “oro negro” y en su intervención arrastró consigo a varias potencias, pero creando enorme malestar con otras, como China, Rusia y Francia, que tenían contratos con petroleras Iraquíes; logró fue desenterrar al dictador Sadam Hussein, antiguo aliado, después ahorcarlo, y dejar a ese país al garete, convertido en palestra de toda suerte de corrientes terroristas muyahidines.
Error tras error. Obama se metió a derrocar a Bashar al-Assad en Siria (caerá primero Maduro) y a Muammar Kaddafi en Libia (luego muerto en 2011 por sus propios opositores) pero lo que consiguió fue revolver el avispero soviético y el de los combatientes fundamentalistas islámicos, como ISIS (Islamic State of Iraq and Syria), que ahora se encargó de despedir, con bombas y platillos, a los últimos reductos militares americanos que Biden dejó expósitos en Afganistán cuando los talibanes tomaron el poder.
Post-it. Entra al medio polarizado Alejandro Gaviria, una carta fuerte que cumple varios requisitos: se dice de centro (aunque tira a la izquierda); viene de la academia; gusta a los muchachos; es antiuribista furibundo; enemigo del glifosato y amigo de la despenalización de la droga; cuenta con la maquinaria del partido liberal y, no obstante ser ateo, le prende velas a Santos…