No hay forma de saber lo que va a traer el futuro. Además, los que se dedican a las humanidades, a las ciencias sociales, son a la hora de predecir como monos lanzando dardos a una diana: es poco probable que den en el blanco, pero puede pasar, por azar. (Esto lo dijo Max Weber, que sabía de qué estaba hablando). El hecho de que algunos hayan hecho carrera como “superpronosticadores” -derivando del oficio pingües beneficios- habla más de quienes los contratan, y no alcanza a poner en entredicho la regla general.
Pero que el futuro sea impredecible no significa que no pueda anticiparse. A falta de talento para la prognosis, tenerlo para el diagnóstico no es poca cosa, e incluso compensa lo que, de otro modo, sería una frustrante carencia para quien, por ejemplo, se dedica al análisis de la política internacional.
Como todo diagnóstico, el del estado del mundo no puede partir sino de los síntomas. A partir de estos se puede ir refinando la valoración, con una auscultación más profunda y sensible, para advertir luego sobre los diversos cursos posibles que podrían tomar los acontecimientos. Que los acontecimientos tomen uno u otro es algo que no depende para nada de la competencia del analista, que por esa sola razón se distingue de las demás especies de su género.
Por lo que respecta a la actualidad, no escasean los síntomas de “algo”. Algunos son especialmente protuberantes y, en consecuencia, no pueden pasarse por alto. Síntomas de “algo”: difícil decir exactamente de qué, porque cuando se trata de cuestiones internacionales, siempre es demasiado pronto para saberlo. Pero síntomas, sin duda.
En ese sentido, muy sintomática resulta la coreografía que durante los últimos años han venido montando (y ensayando) numerosos Estados en el escenario de las alianzas, las coaliciones, y los compromisos de defensa y seguridad. Como se sabe, en cada momento específico de la historia, la geografía de las alianzas (y las coaliciones, y los compromisos de defensa y seguridad…) refleja las fuerzas estructurantes de la política global y las tensiones que la recorren. Dicho de otro modo, si uno quiere saber quién es quién, y qué quiere cada uno en el mundo, el mapa de las alianzas es uno muy preciso (aunque no infalible) para orientarse.
Lo que está ocurriendo con las alianzas et al. evoca fácilmente, y con razón, el enrarecido clima geopolítico de la primera preguerra. Invita, además, a recordar la prudente cautela de Bismarck, el Canciller de Hierro, a quien preocupó siempre la “pesadilla de las coaliciones” -una versión de la cual provocó, precisamente, que una guerra balcánica se convirtiera primero en una guerra civil europea primero, y luego, en la I Guerra Mundial-. Una pesadilla de la que, dadas las condiciones presentes, sería muy difícil despertar, incluso aunque no llegara a adoptar la versión más catastrófica de su trama.
Que por ahora no haya tal pesadilla no quiere decir que falten motivos para desvelarse. Sobre todo, después de presenciar la semana pasada el debate entre Biden y Trump, que aspiran a ocupar otra vez el cargo “más importante del mundo”.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales