El mes de julio, propicio para la oración al estar enseguida de consagrado al Sagrado Corazón, y festividades en honor de María Santísima, fruto de sentida devoción a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá (09) y del Carmen (16). Orar de corazón a ellos, con sentida devoción, ha de ser nuestro propósito, ante tantas necesidades que anhelamos resolver.
“Oración” es algo que sale de la boca, con palabras dirigidas a Dios para alabarlo o presentarle alguna súplica. Comienzo de la oración es “elevar la mente a Dios”, y luego sí vienen las palabras. Modelo de oración perfecta entregó Jesús a sus discípulos (Mt. 6,9-13), que comienza con alabanza al padre celestial, y súplica de que su Reino venga a nosotros, cuando se cumple su voluntad divina. En segunda parte colocó el Maestro divino cuatro grandes peticiones, cuya concesión es base para una vida realmente devota en gratitud a las dádivas divinas. Él mismo Hijo de Dios indicó que no hay qué excederse en palabrería en una correcta oración, pues el Padre sabe lo que necesitamos antes de pedírselo” (Mt. 6,7).
“Devoción” es hacer algo con fervor y amor, no con superficialidad o distraídamente. Así se debe realizar la oración para su pleno valor, y ser atendida por Dios. De verdad, en medio de angustias, dificultades o peligros, los mismos que en el diario vivir se proclaman “ateos”, acuden a Dios, a la Virgen y a los santos, o al menos sienten alivio cuando almas devotas por ellos lo hacen.
El segundo elemento mencionado es reclamo celeste si queremos ser oídos por Dios, que es tan misericordioso que aun siendo enemigos suyos por el pecado, nos escucha, siendo concorde con su precepto de orar por los enemigos (Mt. 5, 44 a 46). Su misericordia es infinita, pero con un llamado a indispensable conversión, sin lo cual como que se cierran sus ojos, y deja que avancen males y aflicciones. “Bendito el hombre a quien Dios corrige”, expresa lo del Salmo 91. Esas son las circunstancias por las que permite sucedan males, como llamado a no abusar de su divina misericordia.
Que se atienda este llamado divino, y no tengamos el hecho lamentable de orar pero seguir ofendiendo a Aquel a quien se le piden bienes. Cuando se busca un benefactor se lo gratifica obedeciéndole, pero con Dios queremos algo de Él, que nos libre de males y desgracias, pero se le abre paso al odio, a la injusticia, a la corrupción en todas formas, a asesinatos y abortos, a apoderarse de bienes donados para personas en necesidad, y perseguir a quienes están haciendo el bien a enfermos y necesitados. “Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva” (Eze. 33,11), pero es condición del mismo Dios la “conversión”, sin la cual se hacen imposibles a Dios hechos misericordiosos pues lo harían cómplice del mal.
Entonces, “oración” a Dios pero con “devoción”, que se revela en realización de obras según su voluntad y así sí podemos confiar en las súplicas al cielo. Que atraigamos las bondades divinas, y alejemos los males que Él permite si no hay conversión a un verdadero amor a Él y al prójimo. Hacer el bien y evitar el mal, esas si son oración y devoción todopoderosas para implorar clemencia divina.
*Obispo Emérito de Garzón
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