El poder de la oración
El tema que destaca en las lecturas de este V domingo del tiempo ordinario es el del sufrimiento del hombre, que encuentra su refugio y su liberación en Jesucristo. El texto de Job contiene una grande carga de humanidad. Job habla de su vida en términos dramáticos y pesimistas. Considera su vida como una milicia, como una esclavitud, como un trabajo que se la ha impuesto y busca sólo un poco de sombra, de paz, de serenidad. Su herencia la ve como una nueva carga, por eso, el futuro se le presenta incierto y amenazador: mis días corren más que una lanzadera y se consumen sin esperanza (1L, Job 7, 1-4.6-7). Parecería que Job exagera su desgracia o que ha perdido su fe. En realidad, se trata de la expresión de un corazón afligido por el dolor, penetrado por el sufrimiento y que clama a Dios desde su propia miseria.
El salmo nos muestra cómo se puede pasar de esta lamentación desesperada a una confianza profunda en Dios: el Señor sana los corazones destrozados, venda sus heridas. A la oración del hombre atribulado, Dios responde de manera excepcional con su enviado Jesucristo. Él es el liberador en el sentido mas profundo de la palabra. Él es el redentor que tiene que anunciar la buena nueva por todas las aldeas. Así Jesús recorre la Galilea predicando en las sinagogas y expulsando a los demonios, porque para eso ha venido, (EV, Mc 1, 29-39).
El sufrimiento humano sólo encuentra una respuesta en el amor de Dios que ha mostrado su omnipotencia de la manera más misteriosa, es decir, a través del anonadamiento voluntario y en la resurrección de su Hijo, por los cuales ha vencido el mal. Hay que tener la plena certeza, aun en medio de grandes y prolongadas tribulaciones, que Dios Padre, en Cristo, vence el mal y la muerte y que las apariencias de este mundo pasan para dar lugar a la patria celestial.
La verdadera desgracia de nuestra vida es dejar de amar con un amor comprometido a Dios y a nuestros hermanos los hombres.
Al ver a Jesús orar nos viene a la mente la necesidad que tenemos también nosotros de retirarnos a orar. Preguntémonos con sinceridad ¿cómo es mi oración? ¿Qué tan frecuente es? ¿Qué tan profunda? ¿Reservo todos los días algún momento de la jornada para conversar con Dios? ¿Para pedirle que me ilumine en la toma de mis decisiones? ¿Para pedirle por todos aquellos que entrarán en contacto conmigo? ¿Por todos aquellos que sufren? ¿Acudo a la oración para pedirle valor para cumplir mi vocación como padre o madre de familia? La oración como elevación de nuestra mente y nuestro corazón hacia Dios ilumina y fortalece todo nuestro caminar. ¡No la dejemos! ¡Es como el aire que respiramos! /Fuente: Catholic.net