“Así también la lengua, con ser un miembro pequeño, se atreve a grandes cosas. Ved que un poco de fuego basta para quemar todo un gran bosque. También la lengua es un fuego, un mundo de inequidad”. Biblia 3(5-6)
Este es un reflejo de lo que sucede en nuestra sociedad, el mundo pide paz, pero las palabras diariamente expresan odio, ira, envidia, egoísmo hacia sus semejantes y gobernantes.
En política, especialmente los integrantes de la oposición, son expertos en criticar, porque sí y porque no. En las redes sociales, por ejemplo, una parlamentaria que se cree limpia de corazón, exponía una foto de un condenado, compartiendo con su familia un suntuoso almuerzo en un prestigioso restaurante. Ella, implorando justicia, exclamaba que sólo será feliz cuando lo vea encerrado entre los barrotes de una cárcel.
La representante ignora, el Código Penitenciario y Carcelario de Colombia, artículo 147: “un interno por haber descontado una tercera parte de la pena impuesta, tiene derecho a un permiso de 72 horas, para salir del establecimiento carcelario”.
Pero no sólo es esta legisladora la que incendia con sus palabras y con su pensamiento lo más anhelado del ser humano que es la paz.
Hay algunos medios de comunicación que también alborotan los ánimos en una sociedad. Recordemos el bogotazo del 9 de abril, la velocidad con que ocurrieron los hechos, luego del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán: la toma de las emisoras que se dedicaron a dar noticias falsas sobre el triunfo de la revolución, la sublevación de la policía, el incendio de los edificios más importantes de gobierno y religiosos.
Y qué decir de unos sacerdotes, que utilizan sus homilías para alterar los ánimos.
La revista Semana registro con estupor, como el sacerdote Ricardo Zabala, en la población de Natagaima, (Tolima) criticó durante la eucaristía un reinado de la comunidad LGTBTI, preguntaba a sus feligreses: “¿a qué no adivinan en Colombia cuál es la ciudad dónde más maricas hay…?
En otra ocasión, la ingenuidad de un presidente, también inyectó gasolina a una protesta de un grupo de agricultores, manifestando alegremente: “ese tal paro no existe”.
Sus palabras fueron tomadas como una burla, y en consecuencia se incendiaron los ánimos, fortaleciendo un paro que duró muchos días, ahorcando con ello la economía del país.
Si queremos lograr la paz, lo primero que deberíamos hacer es manejar nuestra lengua. Un proverbio árabe nos recuerda: “los hombres somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras”
Jamás seremos dueños de una verdad absoluta. Nunca debemos dar calificativos agresivos a gobernantes que no son de mis preferencias. Una cosa es opinar con argumentos sólidos y otra destruir porque sí.
Nuestras palabras deben seguir las directrices de los enunciados bíblicos, según San Lucas 6(45-46): “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca cosas buenas, y el malo saca cosas malas de su mal tesoro, pues de la abundancia del corazón habla la lengua”