“Llegó la hora al Gobierno de rectificar”
Las elecciones de la semana pasada no fueron las más tranquilas y participativas de la historia.
Tampoco mostraron una sola tendencia ganadora ni desastres absolutos.
En cambio, muestran algunos rasgos interesantes que pueden ser útiles para perfilar lo que será la carrera hacia las presidenciales del 2022.
Primero, en estas elecciones se popularizó, escandalosamente, la idea de que la compra y venta de votos es algo casi propio de la identidad política colombiana.
Tanto en medios como en redes, en comunidades apartadas y en centros urbanos, en público y en privado, el mercado del voto pasó a ser algo así como una bolsa de valores.
¿Si todos los políticos conocían a la perfección ese funcionamiento bursátil, cómo es que el Estado aún no lo penetra para desbaratarlo por completo?
Segundo, no fue necesario que las mil y una bandas armadas hicieran uso de la violencia directa para influir en el desarrollo y resultado de las elecciones.
Con mecanismos velados, enmascarados, sutiles, las organizaciones armadas ni siquiera tuvieron que molestarse en decretar treguas electorales e hicieron lo que tenían que hacer en sus áreas de injerencia.
Tercero, el Centro Democrático ganó como partido uribista pero perdió como partido de gobierno. Está claro que ahora tiene más gobernadores y alcaldes que antes, pero otros movimientos políticos fueron más efectivos.
Por eso, en el fondo, cuando el expresidente Uribe acepta humildemente la derrota, lo hace pensando en que Duque no ha sabido enderezar el rumbo, tal como ha venido pidiéndoselo.
En otras palabras, miles de uribistas no votaron por los candidatos del partido (de gobierno) y, antes bien, emitieron un voto de protesta, castigo y desconfianza ante un Ejecutivo que tiende a parecerse a Santos más de lo que muchos se atreven a reconocer públicamente.
De hecho, la carrera por la sucesión de Duque acaba de comenzar.
Por un lado están los duquistas, como Valencia, Trujillo o Macías.
Por otro, los uribistas propiamente dichos, como Nieto Loaiza, que ha hablado de la paliza recibida, o Alejandro Ordoñez, que ha defendido con pulso firme el derecho a la vida frente a la condescendencia del gabinete.
Como sea, la desconexión entre el Gobierno y la militancia uribista, es cada vez más notoria.
A tal punto, que se ha llegado a hablar del “síndrome de Macri” para sugerir que esa desconexión entre tecnocracia intrascendente y ciudadanía activa podría desembocar en que el país caiga en poder de la izquierda radical.
Por supuesto, la verdadera derrotada en todo este episodio ha sido la Farc (en singular), porque las Farc estarán brindando de la dicha con Diosdado Cabello, en Venezuela.
En efecto, el flamante partido que negoció en La Habana la refundación democrática colombiana, a duras penas logró elegir a uno de los suyos que ni siquiera tuvo el coraje de usar la denominación de origen durante su campaña.
Sea como sea, lo cierto es que mientras Petro y Fajardo ya llevan medio camino recorrido hacia la presidencia, el centro derecha apenas comienza la carrera en medio de ese desorden y dispersión que se puso en evidencia durante la campaña por Bogotá.
Y solo en la medida en que imperen la coherencia ideológica, la unidad de criterios y la rectificación del Gobierno, Colombia podrá salvarse de seguir el camino de Argentina.