Quino, ese singular filósofo, disfrazado de caricaturista, aun cuando haya muerto, nos dejó como garantes de su permanencia a Mafalda, sus amigos, sus viñetas y magníficas sentencias. Hoy, no puedo dejar de pensar en una de sus contundentes expresiones: ¡Paren el mundo, me quiero bajar! Parece acuñada para este momento.
Hoy el mundo se está hundiendo en un lodazal de problemas, catastróficos, que amenazan con destruirnos. Este año se han conjugado peligros, los cuales la humanidad debería estar sorteando con sensatez y tolerancia y no con el discurso incendiario e insensato que estamos presenciando.
Estamos abrumados por la pandemia causada por la propagación del Covid-19, que ya sobrepasó el millón de muertos en el mundo y a la cual no se le ve un final próximo. Nuestra supervivencia se ve amenazada por el acelerado cambio climático, causante de incendios forestales, huracanes y tornados de dimensiones bíblicas, calentamiento de los océanos con consecuencias inimaginables, derretimiento de los polos y sequías que podrían convertir en desierto grandes áreas del planeta.
Las redes sociales, el nuevo modo de comunicación global, se han convertido en algo tóxico, acabando con la verdad, concordia y confianza, erosionado la paz entre familias, vecinos y países.
Los líderes políticos del mundo parecen haberse olvidado del bien común de la humanidad y están empeñados en un discurso envenenado de odios extremos, como solo se ve cuando se están fraguando guerras.
El caótico debate entre Donald Trump y Joe Biden, candidatos a la presidencia de USA, es una muestra hasta qué punto se ha degenerado el lenguaje político, inclusive en la más importante democracia del mundo. Ya ni siquiera se pretende mantener una apariencia mínima de civilidad.
Lo que presenciamos fue una pelea de gatos iracundos, irrespetuosos entre ellos, irrespetuosos con el pueblo norteamericano que esperaba un debate serio sobre sus programas, irrespetuosos con el mundo; pues, gústenos o no, lo que pasa en Estados Unidos nos afecta positiva o negativamente a todos.
Si Trump hubiera gritado menos y Biden tuviera más cojones para responder a las embestidas de su contrincante, quizá el debate habría tenido sentido. Pero ninguno de ellos tiene la grandeza necesaria para liderar esa gran nación. Biden, un político profesional con poca agilidad mental, hoy manipulado por el reconocido izquierdista Bernie Sanders, no pudo ni siquiera con el debate, mucho menos podrá con la presidencia. Trump, un millonario narcisista y egocéntrico, amante de un discurso intolerante que se acomoda a su personalidad, no es la solución.
A esto se suman los medios izquierdistas, parcializados a favor de Biden, añadiendo gasolina a la hoguera y enardeciendo, aún más, a los partidarios de Trump quienes consideran, con razón, que su candidato es maltratado constantemente por la prensa.
Este debate destapó cuán profunda es la crisis de esa nación. ¿Acaso estamos presenciando el fin de su democracia, del sueño americano, de ese país que el mundo ha visto como garante de libertad y progreso?
Esta nación lideró el fin de la Cortina de Hierro, la Cortina de Bambú, el Muro de Berlín y detuvo el avance comunista en el siglo XX. Fue artífice del engrandecimiento y desarrollo de las economías libres. Confío en su capacidad de superar crisis; antes lo ha hecho. ¡God save America!
Pero ¡Paren el mundo, me quiero bajar!