A los procesos de paz en Colombia les pasa lo que al pastorcillo mentiroso: de tanto resultar fallidos el país dejó de creerles y, tristemente, se acostumbró a la violencia.
Por cuenta de ese “descreimiento”, las declaraciones del hijo del presidente lograron eclipsar el inició del cese al fuego con el Eln por 180 días, sin ataques a la Fuerza Pública, sin policías ni militares secuestrados o asesinados, con la esperanza de que sean 180 más y otros tantos, hasta lograr un acuerdo de paz.
Se instaló también, el pasado 3 de agosto, el Comité Nacional de Participación, compuesto por 81 personas en representación de 30 organizaciones de diversos sectores sociales, el cual, en primera instancia, recorrerá el país buscando que las comunidades aporten al diseño del modelo de participación de la sociedad en la construcción de la paz.
Cese al fuego y participación; dos productos de la negociación, aunque apenas en ciernes. Como colombiano y miembro de la comisión gubernamental, espero que la participación sea un ejercicio efectivo y, como manifesté en mi intervención, quiero creer en el compromiso del Eln con el cese al fuego y de hostilidades.
Es claro que el cese de todo tipo de violencia es esencial para una participación real y aportante, pues los hostigamientos a la población civil conforman un sistema de dominación de hecho. Como he planteado en la mesa, lo he expresado públicamente y también lo reiteré en el evento, solo una sociedad libre de toda dominación podrá participar en la construcción de la paz.
Finalmente, la participación amplia y libre de la sociedad está en la base del Programa de Transformaciones para mejorar la vida en los territorios, pero ese proceso no le concierne solo al Gobierno, al Eln y a las comunidades afectadas por el abandono y la violencia. Se pueden firmar mil acuerdos más para marcar caminos hacia la paz; pero la verdadera paz no se firma ni se negocia, se construye a diario, entre todos, porque es un asunto de todos.
Por eso es necesario convencer a Colombia de esa paz posible a partir de transformaciones sustanciales en beneficio de 14 millones de compatriotas que viven en el campo. ¿Cómo hacerlo?
He propuesto un “gran piloto”, en el Catatumbo, por ejemplo, concentrando allí la presencia y los recursos del Estado para, en un entorno de cese al fuego, llevar seguridad, bienes públicos e inversión privada con incentivos tributarios.
Cuando Colombia vea los resultados, con el desplazamiento progresivo de la coca por la producción agropecuaria en primer lugar, las demás regiones tomarán la iniciativa de potenciar sus propias transformaciones con el apoyo del Estado y del sector privado.
Solo entonces el país podrá avanzar en un Gran Acuerdo Nacional, político y social, que se ocupe de lo fundamental: justicia, educación, salud, y ese largo etcétera cuya carencia está detrás del narcotráfico, la corrupción, y la inequidad imperante.
Como ejemplo de que ese Gran Acuerdo es posible, el presidente mencionó el suscrito con Fedegán para la venta de tierras en su versión mixta: El Gobierno compra un porcentaje de tierra fértil al ganadero y le da un crédito para que aumente su producción en la que le queda, mientras que la comprada se entrega a beneficiarios de Reforma Agraria.
Muchos acuerdos como este se podrían lograr en otros sectores para ir amojonando el Gran Acuerdo Nacional y para ir construyendo la paz.
Yo tengo fe en Colombia. La paz con el Eln es un paso en la dirección correcta, una cuota de la enorme deuda de aplazamientos para hacer las transformaciones que nuestra patria demanda, necesita y merece.