Durante la semana pasada nos dio por reflexionar sobre temas trascendentales, como el de la muerte, empezando por la de Jesucristo, quien para fortuna de la humanidad resucitó -cosa que no ocurre, al menos a su mismo nivel, con tantos parientes, compañeros de escuela y amigos que de una manera aterradoramente acelerada se nos están yendo-, y como la triste condición humana homosexual.
Triste, porque ella acarrea para quienes la poseen una carga injustificada, al tener que enfrentarse a la gran mayoría de la población -aún heterosexual e intransigente sobre temas fundamentales- tal como se acaba de revelar en un centro comercial de Bogotá; pero debemos ser cautos frente a este tema que, aunque no embarazoso, sí es preocupante.
Aceptamos que la homosexualidad no es una perversión, ni tampoco una enfermedad, ni menos es pecaminosa -como antes pensaba la Iglesia y todavía lo creen algunas culturas y países, éstos sí gravemente enfermos- pero sí pone a sus actores en un plano que les amerita una protección social reforzada, precisamente porque son minoría y porque la sociedad -moralmente conservadora- no está aún preparada para asumirlos con naturalidad.
El papa Francisco, cuando un periodista le indagó sobre el tema en el aire, respondió: “Quién soy yo para juzgar a los homosexuales” y hace poco dijo que quienes los discriminan “no tienen corazón”. Perfecto. Nuestro deber es respetarlos, frente a su condición debemos actuar con diplomacia vaticana, pero quienes la ostentan deben ser igualmente respetuosos frente a la mayoría de los ciudadanos que somos diferentes, pues al explicitar fresca e indiscriminadamente su condición, están hiriendo susceptibilidades y provocando al resto de la gente, pues el derecho al libre desarrollo de la personalidad no puede llegar al extremo de desactivar las talanqueras que imponen los derechos de los demás.
En un reciente comentario compartido por chat del señor Oscar Manco, se hacen afirmaciones válidas, sobre la Ley Antidiscriminación (1482 de 2011), en consonancia con la Constitución Política, que en su art.13 prohíbe la discriminación en razón de sexo. Pero, como bien lo dice el opinador, ello no los habilita para privilegiar su condición y así vulnerar los derechos de los demás y menos los de los menores.
Aquí no hablamos de la institución matrimonial -prístinamente instituida para hombre y mujer- porque no es el tema. El que nos ocupa es el de un par de muchachos practicando juegos de guerra sexual en presencia de familias que pretenden disfrutar la tranquilidad y seguridad que ofrece un Mall, y sobre todos de niños, que no están intelectual ni emocionalmente habilitados para recibir tal tipo de corrientazos. Discreción y prudencia, muchachos. Practiquen sus juegos en privado, fúndanse en “besatones” interminables, pero no provoquen a los demás ciudadanos, ni hagan cambios de luces abruptos que puedan crear confusión y despistar a los menores, seres inermes e impreparados para tales piruetas en el sinuoso camino de la vida.
Los ciudadanos en condición gay no pueden abrogarse el derecho de imponerse y erigir su condición arrastrando consigo a su paso todo un esquema de valores que informan nuestra sociedad. Qué bueno apoyar decidida y masivamente causas nobles, como la Teletón, en vez de fundirnos en causas empalagosas, como esa Besatón que ahora nos formula la respetable comunidad LGBTI.