Ya no cabe una bajeza más. La forma de hacer política en este país puede decirse que se degradó a su mayor nivel en esta campaña. La idea de fortalecer con propuestas y opiniones el debate político hace mucho tiempo se dejó de lado y atrás quedaron los momentos en que los candidatos planteaban soluciones a los problemas o nuevas alternativas a las políticas públicas del país de cara al futuro. Ahora solo queda como método de lucha por la búsqueda de votos el desprestigio del adversario.
Todo fue sistemático y nada quedó producto del azar. Desde un principio trazaron los objetivos y, como lo dijeran miembros de la misma campaña de Gustavo Petro, a Fajardo lo quemaron y seguirían con Federico Gutiérrez. La fórmula no era en el debate, era en el desprestigio. Insinuar a través de mensajes directos que se trataban de delincuentes de no poca monta y lo peor, que tenían un pasado oscuro y temible que solo su candidato podía combatir como forma salvadora de la desgracia nacional, a la que llevaría una decisión diferente.
El ejercicio hay que decirlo, funcionó. Sergio Fajardo dejó de ser fuerte en los afectos de las personas y cayó en las preferencias de los electores de manera impensable. El daño estaba hecho. Alejandro Gaviria, quién se había presentado y se percibía como una fórmula de centro, pasó a ser ridiculizado y atacado sin tregua por sus posturas como ministro de Salud en la era Santos, incluso por sus respaldos, los que ahora sin pudor hacen parte de las filas del Pacto Histórico. Federico Gutiérrez con amplio margen de optimismo se perfilaba, por lo menos, como seguro contendiente en segunda vuelta del candidato Gustavo Petro. Sin embargo, la cantidad de desprestigio que sumó antes de la primera vuelta, no le permitió llegar a la cifra necesaria para tener la posibilidad de continuar y pudo más el descrédito.
Por eso posiblemente el que logró llegar a la elección del próximo domingo fue Rodolfo Hernández, al que se minimizó en expectativas y del que seguramente se pensó no lograría llegar por no tener la experiencia ni la capacidad de ser un estadista. A ese candidato, que además se aisló un buen tiempo, las cosas le salieron mejor de lo que la gran mayoría pensaba y se metió finalmente en la pelea por llegar a la casa de Nariño. Hoy el 80% de las encuestas publicadas, a ocho días de las elecciones, lo dan como seguro vencedor.
Como el voto vuelve a ser impulsado por el temor y el miedo, ya poco de lo que digan de Hernández hace que los antipetristas lo dejen de ver como su fórmula de desquite, y viceversa. Nada de lo que muestren y digan de Petro o su campaña hará que sus seguidores lo abandonen, por lo cual ya todo está prácticamente consumado.
Sin embargo, en esta campaña sucia y de artimañas, la última semana será el escenario preparado para más ataques y todos estamos expectantes del golpe en el último minuto que consolide al candidato ganador y seguramente a todo un país perdedor.