Petro no se tumba, se derrota | El Nuevo Siglo
Lunes, 28 de Octubre de 2024

Los colombianos, treinta meses después de la posesión presidencial de Petro se interrogan, con marcada desilusión, sobre los alcances y resultados de un cambio que se suponía redentor y que hoy, en vez de satisfacer esa ilusión, compite ventajosamente en corrupción, ineptitud y desgreño administrativo con el pasado, en proporciones inauditas, que desafían el entendimiento y confinan a los ciudadanos a padecer en escenarios de desesperanza.

En dos años se han deteriorado todos los índices sociales, de seguridad, de productividad y crecimiento, en razón a la realización de postulados ideológicos que solo practican los estados fallidos que se hunden en la miseria, y en los que sus ciudadanos agonizan bajo la amenaza de las bayonetas con las que sus gobernantes acallan todos sus lamentos. Un tinglado de la infamia que pocos acompañan, pero muchos no perciben, o se niegan a reconocer, sin capacidades aún para controvertir la paulatina erosión de nuestras libertades y el continuo desmonte del régimen democrático.

En ese contexto Petro es rey, porque desde los inicios de su gobierno, con retórica populista, alimenta la esperanza de acuerdos nacionales de sugestivos contenidos, cuya realización confía a personas con credibilidad, de los que sin embargo se desembaraza sin motivos justificados, o procura dinamitar sus trabajos antes de que se conviertan en realidades. El presidente es dueño de la agenda política, introduce los temas y alimenta las controversias, con las que suele direccionar el debate político hacia los tópicos y en los momentos por él escogidos, muchas veces sin relación con las angustias de los colombianos. En esa trampa ha caído la oposición que, por denostar, ha olvidado ilusionar e innovar en un país ávido de futuro, pero que requiere dirección y unidad.

Esas deficiencias de las diversas voces de la oposición, le han permitido al presidente convertir cada escándalo que lo afecta, que no son pocos, pero siempre recurrentes y atinentes a sus familiares y a sus más cercanos colaboradores, en sospecha de golpe de estado, urdido por los sectores que identifica como huérfanos de poder y adalides de todos los males que afectan de tiempo atrás a la nación.

Insistir en esa especie de oposición al detal carece de poder de convocatoria y no ofrece soluciones ni esperanzas en medio de un caos que supera todos los anteriores, que este gobierno supuestamente se proponía erradicar. Repetir errores es la mejor receta para el desastre.

La nueva opción debe ser incluyente, creativa y no reactiva, y símbolo de unidad. En el 2025 el régimen de inhabilidades para competir por la presidencia provocará renuncias en el alto gobierno que muy posiblemente facilitarán el carácter hegemónico de los nuevos gabinetes que no podrá ya ocultarse, como hasta ahora se ha pretendido desde el primer día de gobierno. Polarizar será el instrumento del gobernante, en espera de una oposición fragmentada por militancias en esas categorías caprichosas y volátiles de centro y derecha, que son herramientas fútiles e inútiles de discordias que anticiparían derrotas inevitables. La tontería asoma ya entre quienes consideran que la solución se halla en el centro-centro.

El país espera una propuesta que le permita escapar al desastre que implica un poder hegemónico de una izquierda estatista que, al amparo de promover derechos, los conculca. Se necesitarán altas dosis de creatividad para superar los errores del pasado y del presente que convoquen la esperanzada confianza de los colombianos en su porvenir, y no dejarse distraer por los supuestos golpes blandos que tanto fascinan a Petro y a los suyos. Petro no se tumba, se derrota en las urnas.