Por casualidad, vi el streaming de un evento del 9 de julio en la Casa Blanca, donde el presidente Trump recibió a líderes hispano-estadounidenses de distintos campos. Entre ellos estaba Robert Unanue, hijo de inmigrantes españoles y presidente de la empresa Goya Foods, la compañía con dueños de descendencia hispana más grande de ese país.
Me llamó la atención que cuando Unanue habló se refirió a Estados Unidos, donde ya hay más de 60 millones de habitantes considerados hispanos, como el segundo país del mundo, después de México, en términos de su población latina. Según el Pew Research Center, los hispanos impulsaron más de la mitad del aumento poblacional estadounidense entre 2010 y 2019.
Aunque esto pasó desapercibido, otros comentarios de Unanue desataron un tumulto en las redes sociales. Concretamente, Unanue elogió a Trump por ser un “constructor” en su vida profesional previa y gobernar como tal. Agregó que los ciudadanos debían sentirse “afortunados” al tenerlo como su líder.
Sin la más mínima demora, los progresistas latinos más prominentes ingresaron a Twitter y, adoptando los métodos del emperador romano Caracalla, ejecutaron la damnatio memoriae o condena del recuerdo de Unanue y de la empresa que dirige.
La congresista Alexandria Ocasio-Cortés, Julián Castro, antiguo secretario de Vivienda del expresidente Barack Obama, y Lin-Manuel Miranda, el creador del exitoso musical Hamilton, exigieron un boicot inmediato del “Adobo con Pimienta” (un condimento) y demás productos de Goya, empresa con 4 mil empleados.
Unanue se defendió desde la cadena conservadora Fox News, donde afirmó que no se estaba respetando su derecho a la libre expresión. Sus críticos respondieron que boicotear a una empresa también constituye ejercer la libre expresión. La pregunta relevante, sin embargo, es si los políticos y burócratas no abusan de su poder e influencia estatal al promover la destrucción financiera de un actor privado que no ha cometido ningún crimen.
La reacción del otro lado del pasillo, aunque más entretenida, tampoco ha sido edificante. El exgobernador republicano del estado de Arkansas, Mike Huckabee, dijo que los izquierdistas no necesitan los fríjoles que vende Goya porque “sus discursos y lloriqueos generan todo el gas que aguanta el planeta”. Tanto el presidente Trump como su hija, Ivanka, publicaron fotografías suyas donde promocionan los productos de Goya, lo cual, en teoría, distorsiona la libre competencia en el mercado entre dicha empresa y sus competidores, cuyas marcas no han sido impulsadas desde la Casa Blanca.
Lo más absurdo de este episodio político-culinario es que, en el 2011, Unanue elogió al expresidente Obama en un evento oficial y, al año siguiente, Goya participó en una campaña nacional a favor de la comida saludable que lideraba la entonces primera dama, Michelle Obama. Pero a nadie se le ocurrió organizar un boicot contra la empresa.
En parte, la “guerra de Goya” apunta a la “latinoamericanización” de la política estadounidense. Como en los regímenes de figuras como Juan Domingo Perón, Fidel Castro y Hugo Chávez, la política aparece hasta en la sopa.
@DanielRaisbeck