Las circunstancias excepcionales, como una pandemia o una contienda, pueden explicar, que no justificar, una gobernación por decreto: medidas económicas de guerra, temperatura de guerra y hasta 'dress code' de guerra.
La política española, que siempre ha sido bastante testicular, se ampara en estas excepcionalidades para darse argumentos que disimulen lo que no es sino un 'ordeno y mando', un 'esto se hace por mis santos', o 'esto no se hace porque no me sale de'. Que no digo yo, por ejemplo, que sea malo ir sin corbata -yo apenas la uso desde hace años-: lo malo es cuando se empieza a mirar con malos ojos, como a un derrochador energético, casi un Galán o una Botín, o, peor, como a alguien que fuma puros en los cenáculos, a quien vaya encorbatado.
Pero no crea usted que este quiere ser un comentario más sobre la ocurrencia de 'cuello despejado' del presidente. Aprecio bastantes cosas positivas en la gobernación de Pedro Sánchez, y también resulta fácil detectar, cómo no, bastantes cosas negativas. Le reconozco el valor torero y que sea cualquier cosa menos indolente: ya veremos el resultado de las medidas que propugna el Gobierno que él preside y del que se proclama tan satisfecho como para asegurar que no piensa cambiar a ningún ministro.
Repito: veremos, que en septiembre se estrena un nuevo curso político. En el otro lado, yo creo que el principal punto negativo de Sánchez reside en su talante, en que fomenta esa política algo autoritaria de confrontación, de testosterona, a la que más arriba me refería.
Porque en otros países se ensayan, por aquello de la economía de guerra que nos impone Putin, impuestos especiales a energéticas y banca. Lo que resulta inaudito es que, de paso, se ataque a banqueros y grandes empresarios eléctricos, por mucho que las dos figuras específicas mencionadas por Sánchez puedan no sintonizar especialmente con eso que se llama opinión pública. Hay algo de iliberal en la política española -y conste que no hablo solamente del Ejecutivo, ni apenas de Pedro Sánchez- y esa, la ausencia de una voluntad de acuerdo y de llegar a consensos, es, paradójicamente, su gran debilidad: se trata de vencer al enemigo, y no de juntar fuerzas, allá cada cual, con sus creencias y programas, para hacer frente a los enormes retos que se nos echan encima.
Y entonces, claro, aquí todo se hace por mis santos 'corbatones': desde el 'fuera corbatas' hasta regular el frío y el calor que puedes pasar en tu casa o en la oficina. A Sánchez, que anda buscando enemigos 'poderosos' sin que muchos de sus amigos nos caigan bien, esta política algo autoritaria le conviene: últimamente sonríe mucho, pero no acaba de resultar, al menos en mi opinión, simpático.
El líder conservador, Alberto Núñez Feijóo, que no sonríe casi nada, tampoco. De gentes como Echenique, el 'periodista' Pablo Iglesias o Abascal, mejor ni hablamos. Demasiado espíritu de 'macho alfa'. A veces me da por pensar que quizá a la política española le hace falta ser más femenina. Las mujeres no llevan corbata ni suelen hacer las cosas por 'corbatones'.