La misión
El punto de encuentro de las lecturas es la misión. El Evangelio (Mc 6, 7-13) habla de la misión que Jesús da a los Doce: “Comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos”. El profeta Amós, en la primera lectura (Am 7, 12-15), subraya que profetiza, no por voluntad o iniciativa personal, sino “porque el Señor le agarró y le hizo dejar el rebaño diciendo: ‘Ve a profetizar a mi pueblo Israel’”. El himno cristológico de la carta a los efesios (segunda lectura Ef 1, 3-14), canta los frutos de la misión en la conciencia de los cristianos: la bendición de Dios Padre, la elección en Cristo, la adopción filial, la redención y el perdón de los pecados, la revelación de los designios de Dios sobre la historia, el bautismo en el Espíritu Santo.
“La misión de la Iglesia se halla todavía en sus comienzos” (Juan Pablo II, Redemptoris Missio 1). Estas palabras pueden ser pronunciadas en cada generación y en cada época histórica, porque es necesario estar siempre empezando. En efecto, siendo el Evangelio para todos, cuando llegan nuevos hombres a nuestro planeta hay que comenzar con ellos la labor de evangelización. Por otra parte, constatamos que los creyentes en Cristo, después de dos mil años de cristianismo, son aproximadamente el 27% de la población global. Queda, por tanto, un 73% al cual hay que hacer llegar el Evangelio de Jesucristo. ¿No será nuestro siglo XXI la hora de Dios para todos esos pueblos, sobre todo asiáticos, que todavía no conocen a Cristo? Por lo dicho es evidente que todos los cristianos tenemos que vivir “en estado de misión”. Los padres de familia son “misioneros” de sus hijos; los maestros de sus alumnos; los médicos y enfermeros de sus pacientes; los voluntarios de aquéllos a quienes asisten; los párrocos y sus colaboradores de los fieles de su parroquia... Lo único que en esta hora de Dios no podemos hacer es cruzarnos de brazos, estar sin hacer nada. ¡Sería una postura irresponsable e indigna de un buen cristiano!
Libres para la misión. Para ser “misioneros” se requiere ser libres. Libres para aceptar esta dimensión propia de la vocación cristiana; libres para responder a Dios con generosidad, sin ataduras de instintos y pasiones egoístas; libres para seguir dócilmente las luces y los movimientos del Espíritu Santo dentro de nosotros mismos. Se nos pide ser libres de todo apego a los bienes y medios materiales, para presentarnos con el Evangelio puro, sin glosa; libres de todo orgullo y ansia de poder, con la conciencia clara de que somos servidores del hombre. Se nos pide estar únicamente equipados con un gran amor a Jesucristo, nuestro modelo; equipados con el Evangelio hecho vida; equipados con la confianza en Dios y con la esperanza en la acción del Espíritu Santo en el corazón de los hombres. /Fuente: Catholic.net