En España, la celebración del comité federal del PSOE, con importantes relevos y nombramientos que tratan de mejorar el funcionamiento del partido, casi coincidió en el tiempo con un enorme revuelo en la formación coaligada, Unidas Podemos, y con los aliados de esta, Izquierda Unida y el PCE. En UP siguen las destituciones, los nombramientos arbitrarios, el amiguismo, y un cierto aroma de desorden y rencillas que solamente el futuro liderazgo de alguien como Yolanda Díaz podría encauzar.
En su estado actual, la izquierda a la izquierda del PSOE no podrá levantar cabeza en unas próximas elecciones generales y, por tanto, los socialistas se quedarían sin posibles apoyos para que Sánchez obtenga la mayoría ante una investidura. Pero, eso sí, de momento, Sánchez se ha lanzado de cabeza a una larga precampaña electoral, y sus mensajes el fin de semana desde el comité federal lo confirman.
La derecha ya ha llevado a cabo una importante reestructuración con la virtual desaparición de Ciudadanos y la constatación de que Vox, aunque no crezca en los sondeos, no será un fenómeno pasajero, sino que presumiblemente, guste más o menos, servirá para apoyar al PP en el caso de que este partido pueda formar Gobierno. Prácticamente desaparecido el centro-centro, testimonialmente representado aún por el partido de Inés Arrimadas, ahora llevar a cabo el reequilibrio, la consolidación, la catarsis, le toca a la izquierda.
Sánchez, ante un dócil comité federal que certifica el presidencialismo que hoy define al partido fundado por Pablo Iglesias Posse hace 143 años, insistió en que hay que potenciar la socialdemocracia. Y en un mensaje ecologista. No basta: no se trata solamente de cambiar de rostros dirigentes, sino también las ideas, la propia concepción de lo que debe ser un partido aspirante a gobernar en los tiempos que corren. Y creo que eso no pasa solamente por hacer prospectiva sobre cómo será el mundo dentro de veinte años, ni siquiera cómo será en el cercano y temible otoño. Haya que empezar por diseñar cómo se sale de una crisis como la que ya padecemos con esas recetas socialdemócratas, clarificando, en primer lugar, qué entendemos por 'socialdemocracia'.
A mi juicio, uno de los grandes errores en el inicio de la gobernación de Sánchez fue sellar un pacto con la formación morada entonces liderada por Pablo Iglesias (quién sabe si, desde las sombras, aún lo lidera a través de sus 'vendettas').
Desde entonces, Podemos ha sido una jaula de grillos, una toma casi por asalto de ministerios (y del avión Falcon) que no funcionan como tales, sino más bien como 'clubes de amigos/as'. Y véase, si no, la designación de Lilith Verstrynge, que esperemos que no haya heredado las ideas pro-Putin de su padre, como 'número dos' en el ministerio de su colega Ione Belarra, tras expulsar de allí al líder del Partido Comunista, Enrique Santiago.
Entiendo que Sánchez no puede seguir, si desea ganar las próximas elecciones, con estas 'amistades peligrosas', que nada tienen que ver con sus proclamas de socialdemocracia ni con los talantes de los nuevos dirigentes del PSOE, ni con los de la mayoría de los ministros no podemitas.
Sánchez gobierna desde el sobresalto, desde la cuerda floja, desde la espectacularidad, aliado siempre, por ahora, con la diosa Fortuna. Y gobierna, claro, desde guiños ocasionales a posiciones radicales, como el anuncio de los impuestos especiales a las eléctricas y a la banca, cosas. Pienso, además, que no debe dejar que cunda la impresión de que esos y otros 'guiños izquierdistas' le vienen forzados por los socios de Podemos.
Y ojo, que hablo de la formación morada y no de la plataforma Sumar de Yolanda Díaz, una figura que, desvinculándose del naufragio de Podemos, ha de jugar un papel decisivo en la creación de un nuevo concepto de izquierda, más acorde con aquella que, hace cuarenta años, transformó España. Porque así, por este camino y con este vocerío, la izquierda perderá el poder. Sánchez tiene que ir 'a por todas', como dice su eslogan. Porque con predicar 'socialdemocracia' no basta.