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En una entrevista publicada por El País de España, frente a la pregunta acerca de sus fallas en el cargo, Petro asevera haber fallado en “creer mucho en la gente que me rodea. En creer que puedo hace una revolución gobernando, cuando eso lo hace el pueblo”.
Estas frases tienen una enorme fuerza simbólica pues representan la naturaleza de nuestro presidente, su condición humana.
Comencemos por la decepción que exhibe frente a su equipo. Un comentario despectivo e ingrato del presidente frente a las personas que han aceptado acompañarlo en su proyecto. Pero, además, ¿qué esperaba? Petro se ha caracterizado por nombrar personas de las más disímiles características. Ha contado con el acompañamiento de fanáticos dogmáticos como Irene Vélez, comprometida -con éxito- con la política del decrecimiento. Con maestros de la alquimia como Roy Barreras. Con tecnócratas arrepentidos como Cecilia López, José Antonio Ocampo y Alejandro Gaviria, quien, al igual que Edipo, terminó víctima de su propia profecía. Con aprendices como Laura Sarabia. Y, por supuesto, con innombrables como Benedetti.
No pretendo que el Gobierno deba estar compuesto por un grupo de almas gemelas, por un ejército de soldaditos de plomo que marchan todos al mismo compás. Por el contrario, bienvenida la diversidad. Pero no tanto. Sin quién dirija, es imposible lograr que personas tan disímiles persigan objetivos similares, que acuerden una trayectoria común. La manifiesta ausencia de vasos comunicantes entre estas personas tan dispares evidencia que este gobierno no tiene ni idea de para dónde va.
Se queja Petro de que con estas personas no había manera de hacer una revolución. ¿Les correspondía? Claro que no. Las revoluciones -especialmente, el tipo de revoluciones que Petro añora- incorporan casi siempre cambios profundos de las estructuras políticas de los sistemas sociales a través de medios violentos. Son etapas en las que se busca cambiarlo todo y se recurre a la fuerza para lograrlo. Un proceder que riñe de manera absoluta con los pilares que rigen la vida civilizada.
Es innegable que este país necesita cambios profundos. Es necesario abrir oportunidades, fortalecer la infraestructura, promover el desarrollo, superar las inequidades, permitir que las personas cuenten con los medios adecuados por perseguir sus sueños. ¿Qué tanto hemos avanzado desde agosto del 2022 en estas esferas?
Es necesario también sentar las bases para una verdadera paz, lo cual implica asegurar el imperio del Estado sobre el territorio. ¿Será éste un mal objetivo? ¿Un propósito retardatario? Basta darle una mirada a la situación en la que se encuentra el Catatumbo, Chocó, Cauca y varias regiones más del país para ver lo que pasa cuando, por andar persiguiendo quimeras trasnochadas, nuestros gobernantes se olvidan de su función esencial: garantizar el cumplimiento de las normas.
Asegura Petro que es al pueblo a quien corresponde hacer la revolución. ¿Será que eso es lo que queremos? No lo creo. Salvo que le demos el nombre de pueblo a esa pequeña pero inclemente recua de criminales que en 2019 y 2021 casi desbaratan el país. No veo en el colombiano del común, en el ama de casa, el pequeño tendero, en aquellas personas que día a día se levantan con el deseo y el coraje de buscarse un mejor futuro, no veo en todos ellos, digo, un deseo de embarcarse en barco que no se sabe para dónde va y en dónde pueda terminar. Los veo, más bien, con el anhelo de gozar de un país cierto y seguro. En todas las esferas.