En los últimos tiempos hemos asistido a un sin número de sucesos, donde la violencia hace presencia al interior de las familias, con afligidas y desconsoladoras consecuencias. Se trata de una peste que azota el país, pues los episodios se han vuelto consuetudinarios en todo el territorio patrio, generando angustia e incertidumbre.
Tratar de explicar este fenómeno no es tarea fácil, porque debemos entender que no solo en Colombia se dan estas situaciones, y no pretendemos con esta afirmación atenuar tamaña desventura, simplemente queremos significar que no somos los únicos en el orbe que sufrimos de semejante vergüenza o peste como la venimos calificando.
No faltan conceptos que sostienen lo endémico del comportamiento, un tanto oculto en tiempos pretéritos por la dificultad en las comunicaciones, hoy abiertas hasta los últimos rincones patrios y mundiales; concepto valedero, pero nunca justificable, para no controlar y atenuar la frecuencia con que la violencia intrafamiliar hace presencia en nuestra sociedad, porque independiente de la veracidad y certeza de la información, los hechos son tozudos y graves, sin salidas inteligentes o efectivas.
Somos testigos de hechos aberrantes; hoy estamos hablando de estos casos, precisamente por el asesinato del estilista Mauricio Leal y su señora madre, que tanta ampolla levantó al interior de la sociedad bogotana pero, en últimas, es un caso especial por los ribetes económicos y criminales que lo rodearon. En cambio son muchos los escenarios donde hermanos y parientes de todo orden se agreden mutuamente, la mayoría de veces por asuntos pueriles, de poca monta e imperceptible importancia. Simplemente se trata de momentos desafortunados que nunca debieron presentarse. Las festividades familiares son un escenario propicio para este tipo de impases, donde el alcohol hace presencia y altera la razón, llevando los contertulios a circunstancias que facilitan el emerger de rencores, resentimientos, antipatías y odios, con salidas agresivas de indeterminadas consecuencias, resquebrajando la familiaridad y las relaciones filiales.
Este es un punto inobjetable, pero existen muchos contextos diferentes a las bebidas embriagantes, que conducen a extremos fatales, como la sexualidad, el abuso a menores, la violencia de pareja, las penurias económicas, la infidelidad, la incompatibilidad de familias, los diferentes niveles económicos y culturales entre componentes…En fin tenemos un amplio abanico para debatir un tema que más que criminal es sociocultural y que entendemos termina invadiendo la órbita de la seguridad. Sería conveniente, por tanto, enfocarlo más en lo social que en lo delictivo.
La seguridad que tanto nos preocupa se ve permeada por este tipo de situaciones, generando altibajos en la estadística criminal, pues los resultados de estos lances no son discriminados de la evaluación general, cuando en realidad no hacen parte integral de la seguridad, sino de una problemática social como lo venimos sosteniendo, urgida de tratamiento específico, que conduzca más a la tolerancia y convivencia pacífica.