¿Habrá alguien que haya conservado mejor la tradición oral que quienes se han dedicado en sus vidas a ser profesores? ¿Tendrá el conocimiento acumulado por la raza humana un mejor vehículo de transmisión que la boca de los profesores? ¿En algún otro ser se habrá ejercitado más el don de la paciencia que en un profesor y sus mil modos de llegar a la mente y al corazón de sus oyentes? ¿Será que existe alguien que conozca más de cerca cómo es que son en verdad los niños, los jóvenes y aun los adultos, que no sea el profesor? Este hombre y esta mujer que han escogido esta noble profesión o que las circunstancias los llevaron a ella, han sido testigos privilegiados de la historia humana, colectiva e individual y lo seguirán siendo por siglos pues no hay video o tutorial o filmina que pueda hacer lo que ellos hacen, afortunadamente.
El medio nuestro no es fácil para ser profesor. La razón no la tiene fácil por aquí. Predomina en la atmósfera de la sociedad colombiana la fuerza bruta, el alarido, la amenaza. Se hace sentir con desmedido poder del dinero y el estatus que da -aunque no sea sino el de ser rico-. Sobreabunda un pragmatismo que desprecia toda reflexión y consideración juiciosa de la realidad. Pero, con todo, el profesor se da maña y realiza su labor con sus herramientas nobles de siempre: la palabra, la reflexión, el texto, el libro (en la esperanza de que un ministro o ministra de educación no lo prohíba un día de estos por ser considerarlo nocivo para la salud), el ejemplo, la repetición paciente. Y, así, un día y otro día, realiza la siembra, cuida lo sembrado, deshierba, hace de espantapájaros (hay que espantar a todos los que inventan nuevas cátedras de la nada). Y, como lo dice Pablo de Tarso, quizás otro recoge los frutos. Pero lo importante es sembrar.
Pero nos falta situar aún mejor al profesor en la comunidad nacional. Se requiere un esfuerzo compartido de muchas partes. El primer esfuerzo lo hace él mismo ejerciendo su misión en la conciencia de su importancia y en la convicción de que es necesario y determinante para la vida de muchas otras personas. El segundo, la sociedad y el Estado generando las mejores y más atractivas condiciones para que llegar a ser profesor sea un verdadero honor en quienes se sientan llamados a este servicio. El tercero, cada institución educativa enalteciendo siempre la labor de quien es el sacerdote del aula de clase y estimular sin cesar su liturgia académica. En cuarto lugar, las familias a través del aprecio y respeto por quienes se hacen cargo de sus hijos al menos ocho horas diarias, sean o no unos angelitos. Y, en quinto lugar, los alumnos, haciéndose capaces de reconocer en este guía de su mente y su corazón, una luz indispensable para el camino de la vida.
Y, finalmente, la sociedad debe mirar con absoluta prevención y sospecha a quienes denigran de este hombre o esta mujer que no pretenden nada diferente a iluminar la vida humana. Allá en la lejana Galilea unos discípulos le decían a su maestro luego de que este les preguntara si también se marchaban: “¿Señor, a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.