Enseñar el derecho no es fácil. Es preciso generar impactos que emocionen al aprendiz y esas emociones convertirlas en una luz guía o en caminos que conduzcan al entendimiento y comprensión de la ética humana y la admiración de la justicia.
¿Y por qué admirar la justicia? Porque su expresión es belleza, es un sentimiento interior que regocija el alma, es no una sentencia sino un poema y por esa causa para educar al jurista hay que acudir a los vocabularios del arte.
No es un ejercicio de los sentidos. Hay que mirar el esplendor de la belleza para descubrir el placer de verla, de oírla, de brindarle a la conciencia una satisfacción. Esta fórmula implica que la exposición de las teorías que se construyen para trasmitir las ideas sea un discurso simple pero fundamentalmente emocional.
Ciro Alegría, el inmortal escritor peruano, autor de la novela “El mundo es ancho y ajeno” ganó el concurso Latino Americano, en 1940, luego de haber sido víctima de la injusticia y permanecido preso durante la dictadura de Sánchez Cerro, en la Cárcel de Trujillo, cuando fue puesto en libertad por la revolución de esa época.
Es ese episodio de su vida el que lo inspiró para escribir en su premiado relato “La historia de la comunidad de Rumi”, asentada entre las montañas de la Cordillera de los Andes.
Entre los sucesos del atractivo y seductor escrito, hay que destacar lo que se quiere denunciar para conmover al lector: la conducta corrupta de Bismarck Ruiz, leguleyo que engaña a la comunidad indígena que lo contrata para que defienda su derecho y su libertad, frente al abuso de un terrateniente que quiere despojar a los nativos de sus tierras. Los jueces encargados del pleito y el defensor de la causa se venden al demandado y los indígenas pierden el pleito. Es la corrupción de la justicia y la conducta del tinterillo.
La crónica y en cuanto a este triste pasaje, lleva a razonar acerca de lo que debe contener la explicación del derecho. Las normas jurídicas son un instrumento indispensable para que los hombres vivan en paz y quien tenga el encargo de promoverla y garantizarla sienta la necesidad de la justicia con la misma apetencia que la belleza estimula sus deseos.
Tradicionalmente los escritos literarios concluyen con una moraleja, con una lección que enseña lo que debe ser; así se conciben los cuentos infantiles y, obviamente, los demás texto humanos. Igualmente sucede con todas las expresiones del arte. ¿Por qué no, entonces, explicar el derecho con la misma pasión?
Esa es una fórmula ética mucho más comprensible que todas las demás obras y discursos que en ese sentido se han expuesto. Hay que despertar en el jurista su amor por la belleza estimulando sus sentimientos nobles y altruistas.
“Si el hombre fracasa en conciliar con la justicia y la libertad, fracasa en todo” (Albert Camus)