Varios de los artículos de prensa donde, en primera instancia, se analizan los recientes resultados de las elecciones del Parlamento Europeo (PE), coinciden en que los dos principales grupos del PE -democristianos y socialdemócratas-, es decir, los moderados se mantienen con holgadas mayorías. También hay coincidencia en que bajaron sensiblemente los liberales, los ecologistas y el partido de Emmanuel Macron, Renaissance, que, en coalición con otros, fue segundo con menos de la mitad de votos de la Agrupación Nacional de Marine Le Pen, lo que movió al presidente a convocar elecciones legislativas para amortiguar el golpe. Y si a lo que ocurrió con Macron se suma la barrida de Meloni en Italia y el comportamiento electoral de Alemania y Austria, queda claro que distintas tendencias de la derecha aumentaron sus votaciones y que los partidos de matiz “progresista” tendieron a la baja en sus votaciones. Por esto, pero exagerando, se escucharon algunas élites izquierdistas mundiales, incluyendo la colombiana, afirmando que hubo un triunfo descomunal de la “ultraderecha”, pero el resultado total muestra que la que se mantuvo avante fue la moderación: 401 de las 720 curules.
El punto a destacar es que entre los partidos favorecidos y los moderados los analistas observan un cierto europeísmo, compatible con “la Europa de las naciones” que no consiste en reforzar la integración entre los Estados miembros de la UE, ni en promover ningún federalismo, sino en la defensa de la “civilización europea”, que consideran amenazada por la inmigración descontrolada (principalmente la musulmana) y el tipo de “progresismo” que socava los valores judeocristianos. Ahora la idea es -en palabras de Marlène Laruelle, profesora de la Universidad George Washington- “no ya ir contra el proyecto europeo, sino tomar el control de la UE y cambiarla desde dentro”.
Ahora bien, la realidad es que el “progresismo”, cuya última deriva se identifica no tanto con la equidad sino con la exacerbación de la libertad individualista – expresada en el dominio de la naturaleza humana, la ideología de género y el transhumanismo- está decepcionando a muchos que no perciben un avance real con sus prácticas.
Al respecto cabe recordar que desde la publicación de su libro “Historia de la idea de progreso”, (1980) el sociólogo Robert Nisbet sostuvo que “…la fe occidental en el progreso se va marchitando rápidamente”. Y acertó, pues hoy día lo que avanza es la convicción –compartida por algunos progresistas y conservadores– de que la humanidad va de mal en peor. Una sensación de que los cambios socioculturales están erosionando valores medulares de la civilización occidental cimentada en el triángulo Grecia, Roma y Jerusalén.
No es entonces extraño que hayan venido surgiendo propuestas que buscan reescribir las premisas de lo que se ha solido entender por progreso entre las que está la del “crecimiento verde”. Aquel que confía en los avances tecnológicos y la innovación en infraestructuras, para usar de forma más eficiente los recursos disponibles buscando aumentar la riqueza material con el menor impacto posible al medio ambiente, recurriendo también a otras herramientas típicas del “desarrollo sostenible”: los incentivos a las energías renovables, los impuestos a las más contaminantes, los nuevos modelos de negocio, etc.
También hay propuestas de progreso identificadas con una filosofía de vida que invita a cambiar el deseo de consumir por la aspiración a vivir con más sentido, aumentando el espacio para disfrutar los bienes inmateriales. Pero en ocasiones este núcleo básico tiende a mezclarse con planteamientos más o menos utópicos o extremos que se pueden evitar buscando el crecimiento en humanidad. ¿Cómo? Conectándola con la visión de quienes subrayan la necesidad de equilibrar el tiempo que dedicamos a producir y consumir con el tiempo de cuidado familiar y descanso. Aquí la idea básica es que no somos unidades de producción autónomas sino seres familiares que han de compaginar las obligaciones profesionales con las responsabilidades de crianza y cuidado. Es decir, se trata de introducir cada vez más la perspectiva de familia en las políticas públicas.