El domingo 2 de octubre los colombianos acudimos a las urnas a votar Sí o No a los acuerdos logrados entre el Gobierno y las Farc, registrados en 297 páginas confusamente escritas, de gran densidad y arbitrariedad, las cuales solo habíamos podido analizar por unas pocas semanas.
Esos acuerdos otorgaban casi total impunidad a quienes habían cometido u ordenado crímenes de lesa humanidad y otras atrocidades. Además, creaba una llamada justicia transicional, compuesta por tribunales especiales, donde la mitad de los jueces serían escogidos por los propios terroristas de las Farc.
Estos puntos, y muchos más fueron considerados por la mayoría de los votantes como inaceptables. Para muchos fue claro que lo pactado no llevaría a Colombia a una paz duradera. A esa paz deseada por todos.
Durante la campaña por el Sí y el No, los del No fuimos bombardeados con toda clase de insultos, desde guerreristas, paramilitares, ignorantes, personas cargadas de odios y rencores, y no sé cuántas cosas más.
Sin embargo, como todos ya sabemos, a pesar de amenazas, insultos y múltiples encuestas pregonadas por los medios amigos del Gobierno, que vaticinaban una derrota estruendosa para el No, éste ganó.
Ganó, a pesar de las ingentes cantidades de dinero y favores que el Gobierno distribuyó entre congresistas, políticos, comunidades, televisión, radio y prensa. Triunfó, a pesar de todos los conferencistas internacionales que, a gran costo, importó el Gobierno para que nos dieran cátedra a los colombianos sobre cómo deberíamos votar.
El No derrotó al Sí, con todo y que a última hora el Papa Francisco, quizá por no haber leído los acuerdos, o llevado por su reconocida inclinación socialista, opinó, equivocadamente, que los votantes del No eran enemigos de la paz.
Santos no logró imponer el Sí, ni después del costoso montaje internacional que hizo en Cartagena el 26 de septiembre. Allí volaron aviones y palomas sobre asistentes vestidos de lino blanco que aplaudieron, frenéticos, los discursos de las Farc donde se proclamaban como “salvadores del pueblo”. Pero quizá lo más absurdo fue verlo a él y a Timochenko firmar los acuerdos, sin que estos hubieran sido aprobados por el plebiscito.
Pero ese es el pasado. Hoy se debe aprovechar el triunfo del No como una gran oportunidad para replantear las negociaciones con las Farc, quienes, sin lugar a dudas, han dado muestras de querer la paz y lograr mejores acuerdos que gocen del respaldo de todos los colombianos, no solo de la mitad.
Colombia requiere de acuerdos que nos unan en vez de dividirnos y enfurecernos. Este No es una oportunidad para restablecer la concordia entre todos, inclusive con aquellos que han empuñado las armas y hoy están dispuestos a deponerlas.
Las pasadas negociaciones nos fracturaron dolorosamente. Olvidemos los insultos, los agravios. Lo que todos queremos es la paz. Así lo reconocen hoy, tanto el Presidente Santos, como los expresidentes Uribe y Pastrana y la mayoría de los líderes políticos del país. También la cúpula de las Farc que ya ha reafirmado su voluntad de continuar en el camino hacia la paz.
Que este sea un momento donde se demuestre la grandeza del pueblo colombiano. El resultado del plebiscito no debe ser tomado por nadie como una derrota, sino como un momento de oportunidad y dialogo.