¿Qué haremos nosotros? La pregunta me sorprendió porque quien me la hizo no vive en España, pero sí está pendiente de la actualidad. La pregunta en cuestión se refería a cómo afrontará España una situación similar a la que se está viviendo en Gran Bretaña. ¿Qué haremos nosotros cuando Juan Carlos fallezca?
La pregunta creo que se la han hecho muchos españoles, sorprendidos todos tanto por el boato y liturgia que está rodeando el fallecimiento de Isabel II como por el afecto que día tras días y gentes de todas las edades y condición están demostrando en las calles londinenses.
Reconozco sentir una sana envidia. La sociedad británica es una sociedad abierta, acostumbrada a convivir con distintas razas y religiones. Es una sociedad moderna que ha sabido aunar modernidad y solemnidad. Nadie en Inglaterra ha criticado los fastos fúnebres, ni el rígido protocolo. Se sienten representados en esa liturgia y cómodos con la solemnidad de la Corona. Ambos elementos han sido claves para que la monarquía británica haya podido sortear con acierto los mil y uno desmanes de algunos de sus miembros, incluido el ya rey Carlos III.
La española y la británica somos sociedades distintas. Tan distintas que, estoy segura, que la crítica sería acérrima con la cuarta parte de boato y solemnidad con la que se está despidiendo a Isabel II, pero no nos cansamos de despellejar al Rey emérito. Verdad es que su vida privada ha sido todo menos ejemplar. Tan verdad como que él trajo la democracia a España en circunstancias nada fáciles de manejar y dejó a su hijo, el Rey Felipe VI, una democracia consolidada.
Siempre consideré un error que al Rey emérito le enviaran a Emiratos y, a medida que pasa el tiempo, me reafirmo en esta opinión que bien se no es compartida por muchos ciudadanos españoles y por su propio hijo que, en aras de salvar la Corona, marcó distancias siderales.
Un viejo sindicalista vasco solía decir que sacar gente a la calle es fácil, que el problema es hacerle volver a casa. En el caso que nos ocupa, lo fácil es hacer lo que se ha hecho. Lo complicado es revertir una situación que no puede ni debe eternizarse. En algún momento, y cuanto antes mejor, el Emérito debe volver a España y hacerlo sin que ni en Zarzuela ni en Moncloa se mueva una ceja. Así actuó Isabel II cuando tuvo que afrontar situaciones dolorosas para una madre y profundamente incómodas para una Reina.
Un país fuerte debe asumir lo bueno y lo malo de su historia. Poner en valor lo bueno y condenar lo malo, pero asumiendo que esa es la realidad en la que tanto las instituciones como los ciudadanos nos debemos mover. Lo contrario es hacer como el avestruz. Meter la cabeza ante las situaciones incómodas y algo de eso ocurre con Juan Carlos o, mejor dicho, con la ausencia de decisiones que es bueno se tomen cuanto antes. No se puede llegar tarde.
¿Qué haremos nosotros? Reconozco no tener respuesta. Lo que sí es obvio es que Felipe VI es un gran Jefe de Estado, que la Reina Letizia está cumpliendo de manera escrupulosa con sus obligaciones, que Juan Carlos debe volver a España más pronto que tarde y que, cuando llegue el momento, su despedida tenga la dignidad y la solemnidad a la que la monarquía, si quiere sobrevivir, no debe renunciar. Aprendamos de los ingleses: modernos, abiertos, tolerantes y solemnes cuando hay que serlo. Isabel II no se quitaba los guantes para saludar a su gente y hoy todos le lloran.