Hace unas horas, Francisco dio a conocer su Exhortación Apostólica postsinodal sobre la Amazonia.
La ha titulado “Querida Amazonia”, hermosa frase con la que nos sentimos identificados los que allí nacimos y crecimos, a diferencia de quienes luego “la descubrieron” solo por interés profesional o por inclinación ideológica ambientalista.
Y la ha difundido en armoniosa coincidencia con el lanzamiento del Consejo Nacional de la Amazonía que ha puesto en marcha el gobierno brasileño de Jair Bolsonaro, verdadero ejemplo de la relación que ha de existir en toda democracia que se respete entre interés nacional-globalismo-y-soberanía.
En ese sentido, Su Santidad ha rechazado la feliz pero, por lo pronto, inconveniente idea de concederles a bondadosos laicos casados la posibilidad de convertirse en sacerdotes allá, donde escasean los pastores.
Y, precisamente por eso, ha rescatado la majestad del misionero, pedagogo y consejero que no se conforma con la vida apoltronada de los palacetes arzobispales.
Quienes fuimos educados con el afecto de los consolatos sabemos bien que no hay nada que reemplace al alma misionera y que la Iglesia no puede andar improvisando en materia pastoral so pretexto del consabido déficit vocacional.
De ahí la importancia de los “cuatro grandes sueños” expresados por el Santo Padre: (a) que -más allá del conservacionismo militante-, en la región se “luche por los derechos de los más pobres”; (b) que se “preserve su riqueza cultural”, (c) que se “custodie celosamente su abrumadora hermosura natural”, y (d) que las comunidades cristianas sean “capaces de entregarse y encarnarse en la Amazonia”.
A diferencia de la frívola ligereza neocolonial, anacrónica y delirante del presidente francés, E. Macron, quien finalmente ha tenido que cerrar su boca ante la firmeza de Araújo, Mourao y el propio Bolsonaro, Francisco ha destacado la necesidad de arremeter contra la “colonización postmoderna”.
Y lo ha hecho sin ambages, recalcando lo inadmisible que resultan tanto las pretensiones de homogeneizar las culturas como las del indigenismo cerrado, supremacista y excluyente.
En consecuencia, el abordaje y solución de las cuestiones de la Amazonia no reside en la “internacionalización” de la región sino en la “responsabilidad de los gobiernos nacionales” (o sea, la de aquellos con verdadero coraje y no la de esos gobiernos que llamándose de derecha solo son una caricatura de los valores perennes).
Rescatando, pues, la reconciliadora idea del “encuentro intercultural”, el Papa halla en la diversidad no una barrera sino un puente porque “el cuidado de nuestros hermanos es la primera ecología que necesitamos”.
Y, por último, deconstruyendo las grandilocuencias del izquierdismo preservacionista, Su Santidad pone a la Iglesia ante el espejo instando a sus obispos al “gran anuncio misionero”.
Como bien lo advierte, ya no es suficiente con llevar un “mensaje social” a los pueblos del área cuando ellos tienen todo el “derecho al anuncio del Evangelio” pues, de lo contrario, “cada estructura eclesial se convertirá”, tarde o temprano, en una simple ONG de las muchas que se lucran en la jungla.