Una frase llena de sentido común, que se repite con insistencia en épocas electorales, nos recuerda que los malos gobiernos son elegidos por los buenos ciudadanos que no votan.
Esto resulta particularmente cierto en países con elecciones limpias y garantías para acudir a las urnas, en donde una alta abstención corroe el corazón de la democracia. Las cifras de los electores que desfogan su inconformidad criticando, son un fiel reflejo de la indiferencia de quienes rayando un tarjetón pueden cambiar lo que no les gusta o reafirmar lo que comparten. Tienen todas las posibilidades abiertas para imponer su criterio sobre cómo y por quienes desean ser gobernados. Pero prefieren callar y resignarse a que otros decidan así sea en contra de sus derechos, intereses y deseos.
Y eso que las elecciones transcurren en paz en un ambiente de convivencia ejemplar, muy distinto de lo que ocurría hasta hace pocas décadas, cuando elecciones era sinónimo de conflicto. Solo sufragaban los hombres. El día de votar, camiones, volquetas y automóviles, engallados con banderas y afiches atravesaban las calles, repletos de electores vociferantes, que atronaban los aires gritando “vivas” y amenazantes “abajos”. Y cuando faltaban los voladores los remplazaban con tiros al aire. Las mujeres y los niños no salían de la casa. Trancaban las puertas y por las rendijas de las ventanas, con el Credo en la boca, rogaban a Dios que el día se acabara pronto.
Hoy las elecciones son un espectáculo de civismo. No hay vivas ni abajos y si alguno se atreve a lanzarlos, los demás le responden con un “Shisss” que indica cómo cambió el ambiente electoral.
Además las urnas han venido acercándose al ciudadano. Salvo en algunas zonas rurales, no hay que recorrer distancias mayores para encontrarlas. Los puestos de votación en las veredas son más numerosos en cada elección. A la mayoría de ellos se puede llegar caminando desde la casa.
¿Por qué, entonces, subsiste la abstención? ¿Es difícil escoger candidato? Al contrario, existe una cantidad de informaciones que facilitan la selección y recursos fáciles para acertar.
En unas elecciones en Estados Unidos, difundieron un afiche de Richard Nixon con un letrero que decía “¿le compraría a este hombre un carro de segunda mano?”
Ante la galería de aspirantes presidenciales podríamos hacer algo semejante. Mirando foto por foto el elector puede preguntarse “si tuviera que nombrar a uno de ellos tutor de mis hijos ¿a cuál escogería?” O, más sencillamente “¿a cuál de ellos le confiaría la administración de mis bienes?”
Nadie desea que le vaya mal al conductor del vehículo que lo transporta, al capitán de la lancha en la cual navega mar adentro, o al piloto del avión donde viaja.
La democracia nos da la oportunidad de escoger y de hacerlo bien. No la desaprovechemos como los buenos ciudadanos que, al no votar, eligen un mal gobierno. No hay margen para equivocarse eligiendo un mal piloto en tiempos de tormenta.