¿Quién asesinó a 8 jóvenes que asistían a una fiesta en Samaniego, Nariño, y a los 2 niños, en Leiva, cuando iba camino a su colegio y a los 5 jóvenes en Cali? ¿Quién mató a los líderes ambientalistas, Jorge Enrique Oramas y Jaime Monge, promotores y defensores del maravilloso Parque Nacional de Farallones? ¿Quién torturó y asesinó a 8 campesinos en Tibú, Norte de Santander y a los 3 indígenas de Ricaurte y a todos los líderes comunales, indígenas y campesinos que han caído en los últimos meses en toda Colombia?
¿Quiénes son los asesinos? ¿Quiénes los enemigos?
Pero ¿acaso no lo sabe o sospecha todo el mundo? Sin embargo, nadie se atreve a decirlo, so pena de ser el próximo asesinado.
Dependiendo del lugar donde hayan sucedido los hechos, estos asesinatos han sido cometidos por criminales del ELN, las disidencias de las Farc, el Clan del Golfo, los Pelusos, los Puntilleros, los Contadores, las Autodefensas Gaitanistas, las Guerrillas Unidas del Pacificó, la Segunda Marquetalia, dirigida por Santrich e Iván Márquez, los frentes disidentes de: Carlos Patiño, Jaime Martínez, Dagoberto Ramos; los nuevos grupos paramilitares, aún sin nombre, la poderosa minería ilegal y toda clase de criminales, inclusive los carteles de México, que ya han extendido sus tentáculos ponzoñosos en Colombia.
Esos y muchos más, de su misma calaña, son los asesinos, y toda Colombia lo sabe. Lo sabe la izquierda cínica y mentirosa que quiere hacer creer al país y al mundo que el culpable es Iván Duque. Ellos, magistralmente están usando estas tragedias como una poderosa arma política para enlodar al gobierno y al ejército y, así, apuntarse una victoria en las elecciones del 2022.
Lo saben los medios que difunden los embustes de esa izquierda, actualmente envalentonada por el poder obtenido después del acuerdo de la Habana. Lo sabe el Gobierno que, a pesar de sus esfuerzos por detener los crímenes, parece no estar usando la estrategia necesaria para lograrlo.
Los motivos de los asesinatos son claros; crear terror entre la población para ganar el control de las mejores tierras, rutas y todo lo concerniente con el narcotráfico; la minería ilegal; el apoderamiento de las tierras abandonadas por los campesinos que huyen del terror.
Nada, absolutamente nada, de lo que está ocurriendo es nuevo. Son las mismas causales de los crímenes de las Farc y otros grupos terroristas que han asolado a Colombia por décadas. La diferencia es que hoy, en vez de ser dos o tres grupos, los criminales están atomizados en docenas de grupos y que estos “nuevos” o “reciclados” asesinos están empoderados por la impunidad resultante del supuesto acuerdo de “paz”, hoy bien llamado Acuerdo de Impunidad de la Habana.
Testigos dicen que la víctima más joven en Samaniego, de solo 17 años, había participado en una marcha portando una pancarta que decía “Duque no me mates que me quiero graduar”. ¿Quién le dio ese cartel a ese niño, quien lo adoctrinó, quien le mintió? ¡Qué miserables los asesinos que pretenden cubrir sus crímenes acusando al Estado!
Bien podía la extrema izquierda pensar el mal que hace al utilizar estos crímenes políticamente, en vez de hacer frente común con el gobierno. Por qué, más bien, no denuncia el narcotráfico, la minería ilegal, la extorsión.