RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 20 de Enero de 2013

El hombre sin religión

 

Entre  los productos de la cultura occidental contemporánea está el hombre que no tiene religión. Ha sido esculpido quizá en los últimos tres o cuatro siglos y hoy día parece haber tomado una forma claramente identificable. Ha sido figurado con los cinceles del racionalismo, la ciencia y la tecnología y en buena medida el exuberante materialismo que asfixia el devenir actual. No menos ha contribuido a formar este ser sin religión la creciente exaltación del sujeto individual que lo ha llevado a sentir que él es amo y señor de su vida y quizás también del universo y por tanto no necesita referentes externos, mucho menos trascendentes. Ejerce particular influencia sobre su ser la fuerza de los sentidos y tiene en ellos el termómetro de su felicidad o de su tristeza.

El hombre sin religión, no obstante, intuye que todo lo anterior es buen soporte vital, pero no lo es todo. Ha hecho de su cuerpo un lugar de especial importancia y le dedica cuidados sin fin. Se relaciona casi que mágicamente con la naturaleza y dice encontrar en ella toda clase de energías y fuentes de bienestar. Sostiene un concepto de libertad y de autonomía que parece no tener límites a la vista y cualquier cosa que las restrinja merece todo su repudio. Con respecto al mal tiene ideas de situación, pero nunca definitivas, y sí más bien de conveniencia. A la hora de su muerte desea con frecuencia ser convertido en cenizas que sean arrojadas en mares, ríos o llanuras.

El hombre sin religión ocupa hoy puestos y misiones de importancia para muchas otras personas. Se siente un poco incómodo al ver que la mayoría de la gente tiene religión y se la toma en serio. Él trata de ganarle espacios a su idea de vida sin religión y trabaja para que su punto de vista sea apreciado tanto como el del mundo religioso. Lucha titánica. Algunos de los hombres sin religión creen firmemente que las religiones son causa muy importante de los problemas de las personas y de la humanidad. Intenta, por eso, cuando hay progenie, que crezca sin conocer el elemento religioso y que solo en la edad adulta, por sus propios medios e inteligencia, decida si abre o no ese mundo en su vida. Occidente dice apreciar a este hombre, Oriente lo detesta. Pero ahí está.