RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 27 de Enero de 2013

El otro, ausente

 

En la discusión de los temas más álgidos de la actualidad, brilla por su ausencia la consideración sobre el otro. Ese otro es la persona o son las personas sobre las cuales repercutirán, de una u otra manera, las pretendidas nuevas formas de realizar la existencia humana.  El que sí brilla como mueble de nuevo rico es el yo, ese ser que piensa su vida y sus novedades solo en términos de sí mismo. Generalmente esta persona no se hace la pregunta sobre el efecto de sus ideas, decisiones y acciones sobre los que lo rodean en su diario vivir.  Así, el sostenimiento de la vida de este ser que no ve al otro, se da sobre un continuo romper relaciones importantes y sobre un reto temerario a todo el entorno social.

“Yo hago con mi vida lo que me parece” acostumbra decir este ser sin el otro  cuando se le cuestiona por su aparente insensibilidad. Sobre esta premisa suele alzarse por encima del más elemental sentido de la fraternidad humana, sobre todo lo que racionalmente ponga límite a los impulsos primarios y también sobre todo aquello que requiera entrega sincera de sí mismo. Como es apenas lógico, esta dinámica entra tarde o temprano en conflicto, no digamos con el otro, sino con la existencia misma que en su original diseño plantó el  nosotros como condición indispensable de realización y de felicidad. Este ser que no percibe al otro, acaso ni siquiera se da cuenta de lo que no está viendo.

Aquel que no reconoce al otro suele causar estragos profundos sobre todo en los niveles cotidianos de la vida. Los matrimonios, las familias, los amigos, el entorno laboral o educativo, la ciudad, suelen ser víctimas constantes de este buldózer sin freno.  Y hay que reconocer que cada día son más abundantes estas máquinas sin control. Y han ido edificando un mundo, que quizás no sea correcto llamar humano, en el cual la característica principal es la soledad y también la exhibición, a la larga inútil, de la fuerza. Porque, a decir verdad, el solitario tampoco ama el razonamiento y la dialéctica de las ideas, sino que, sin hacerse preguntas deambula por el ancho mundo, mundo que no es sino él mismo.  Una de las tareas que tienen por delante los humanistas, los educadores, la gente de los valores, es la de revelarle a este ser, no solo el tú, sino también el nosotros.