RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 10 de Febrero de 2013

 

¡Ayayay!

No  me resulta agradable, como creo que a ningún sacerdote de mi generación, el devaneo indebido entre el clero y la gente del poder. Tienen necesariamente  que cruzarse en el camino y adelantar acciones a veces comunes como miembros de la misma sociedad y como servidores de la misma gente. Pero si algo nos ha repetido hasta la saciedad la historia de nuestra nación es que ninguno debe pisar el fuero del otro y tampoco relacionarse en forma servil.

No menos claro es el mensaje de que a cada estamento le corresponde también vivir en el espíritu de la época  y no en otra. Ser anacrónico perdió la gracia hace tiempo.

Hay que reconocer que la lección ha sido aprendida en gran medida tanto por el clero como por la casta política. Dentro del estamento episcopal y sacerdotal existe hoy día una actitud casi que de evitación con respecto a los hombres y las mujeres del poder. Más que con antipatía se les ve sobre todo como gentes que están en otra cosa muy diferente a ese mundo pastoral que es el propio del clero. Y creo que desde el estamento político se mira  a veces con un poco de tedio el quehacer del clero, pero en general se le respeta y se le permite su accionar libremente. Esta situación es más deseable que cualquier contubernio, como diría el doctor López.

Pero no faltan las tentaciones y sobre todo las caídas en tentación. No sé qué fotografía vi esta semana que me alborotó la úlcera y me hizo despertar unos fantasmas que yo creía ya desaparecidos. Sentí que el noventa y nueve por ciento del clero se sintió incómodo y que, como en épocas ya idas, dos que no debían arrimarse demasiado estaban muy junticos.  Pero al mismo tiempo, no fue sino eso: un vago recuerdo que pronto desapareció. El ayayay se quitó pronto pues inmediatamente vinieron a mi mente las imágenes del moderno y actualizado Cardenal de la Iglesia colombiana, la jovialidad y sentido práctico de los obispos que rigen esta Iglesia y el tono cercano y sencillo de los sacerdotes que pastorean a lo largo y ancho del país. ¡Uf, qué alivio! Pero queda el tufillo de cercanías demasiado estrechas y modos de actuar ya superados por la historia. No acabamos de aprender del todo.